Mas allá del verticalismo

El perito psicopatólogo forense Eduardo Ghigliani expresó: «Existen los lavadores de cerebros y... la capacidad de su influencia depende de la vulnerabilidad de cada persona. Encuentran el terreno propicio en la gente que tiene una actitud acrítica en la vida y que acepta las verdades de otros como propias, como absolutas».Una hipótesis a tener en cuenta para la comprensión de ciertas prácticas autoritarias en muchas iglesias evangélicas es que el ejercicio de la función pastoral unipersonal facilita diferentes formas de abuso de poder y la aparición de distintas formas de violencia simbólica. Pierre Bourdieu señala que «el poder simbólico sólo se ejerce con la colaboración de quienes lo padecen porque contribuyen a establecerlo como tal».3 Por eso es tan importante la responsabilidad de las congregaciones locales en lo que se refiere a su total participación en los asuntos de la iglesia y del tipo de liderazgo que deciden tener.Una de las características de ciertos movimientos actuales es la «jerarquización en la conducción eclesial». El pastor maneja a gusto todo lo relacionado con el rumbo y las finanzas de la iglesia y, por lo general, «amigos fieles e incondicionales nombrados pastores ayudantes» se encargan entre otras actividades de la administración de los diezmos y ofrendas.2 Pedro 2:2-3 advierte: «Llevados por la avaricia, estos maestros los explotarán a ustedes con palabras engañosas». El primer libro sobre disciplina cristiana, la Didaqué, el cual data aproximadamente del año 100 d.C., señala disposiciones para los profetas itinerantes que son muy ilustrativas:Si un profeta itinerante llega a una congregación y desea establecerse en ella permanentemente, si tiene un oficio, que trabaje en él y viva de su trabajo. Si no tiene oficio, consideren cómo podrá vivir entre ustedes sin ser un cristiano ocioso... pero si no está dispuesto a aceptar estas condiciones, no es más que un comerciante de Cristo. Tengan cuidado con los tales (Didaqué, capítulos 11 y 12).A la luz del modelo establecido por Jesús en las Escrituras, creemos que es necesario realizar una sincera reformulación de algunas enseñanzas y prácticas cristianas en nuestras comunidades locales. Si los seres humanos son seres creados a imagen de Dios, entonces han de ser servidos y no explotados, respetados y no manipulados.Por eso pensamos en una iglesia definida como un conjunto de personas preparadas para servir y para satisfacer, en el nombre de Jesús, las necesidades en todo lugar. Una iglesia apartada del profesionalismo pastoral remunerado, donde los mismos miembros de la comunidad cristiana local realicen las funciones pastorales en equipo. Pensamos en una iglesia que no crea en las relaciones verticales, ni en la necesidad de tener un grupo selecto, sino que crea en el trabajo en equipo, desinteresado y profundamente responsable.Pensamos en una iglesia no elitista, laica, que dé participación a todos por igual, que no discrimine, que considere que el campo de mirar hacia afuera, hacia las necesidades concretas de la gente, que tenga como meta las personas, para prepararlas y equiparlas, cumpliendo la misión de extender el Reino de Dios. Proponemos modelos de conducción eclesial más horizontales, comprometidos con la dimensión socio-política de la realidad, que libere a las personas de la tendencia a pensar en lo individual, lo asocial, lo ahistórico y lo apolítico.En fin, pensamos es una iglesia que no tenga como meta crear megaiglesias sino promover relaciones fraternales con otras comunidades y organizaciones autónomas del barrio, de la ciudad, con el fin de trabajar en conjunto, en forma complementaria. Sabemos que la megaiglesia crea un centro de poder. El concepto trinitario de Dios repele la idea de la creación de un centro de poder. En el Dios trino no hay alguien que manda. Dios trabaja y actúa en forma de «nosotros» y no de un yo superior egoísta. Por eso debemos replantearnos la necesidad de crear comunidades cristianas que estén intercomunicadas por una red de trabajo realizado en armonía, sin competencia ni concentración de poder de ningún orden, ya sea económico, social, político o espiritual. Nuestro gran desafío es la búsqueda de un modelo de iglesia más igualitario, horizontal, democrático, solidario y comprometido con la realidad.

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