Una relectura de Mateo 1:18-24

Por Juan José Barreda



José andaba buscando trabajos qué hacer, porque era una especie de albañil o piquetero de piedra (1), algo parecido. No tenía un local con su negocio, sino que iba de casa en casa, y pueblo en pueblo, a ofrecer sus servicios. Iba por las calles ofreciendo sus servicios gritando:
-¡Albañil! ¡Albañil! ¡Reparo ventanas, hornos, cercas! ¡Albañil!
O por ahí, su estrategia consistía en acercase a la puerta de cada casa:
-¡Señor! ¡Señor! ¿Tiene algo en que pueda servirle? ¡Hago todo tipo de reparaciones! De piedra y madera.

José recorría las aldeas con su bolsa llena de herramientas en la espalda. Sus pasos armonizaban la música que producían el martillo y el cincel. Siempre estaba preparado para ganarse el pan de cada día con la dignidad que producen el amor y la decisión creativa. El amor... Sí, José estaba comprometido y pronto a casarse. La fecha dependía de tener todo listo para que su novia, María, viniera a vivir con él. Por lo general, se esperaba que el hombre se encargara de proveer la casa en la cual habitarían. Su amor por María lo motivaba aún más a caminar y trabajar duro para tener con qué terminar su casa.

De regreso a Nazaret, directamente José fue a visitar a su novia como otras veces. De entrada la notó rara. Pensó que quizás estaba enojada con él porque su recorrido había tardado más de lo debido. La causa no podía ser el escaso dinero que había logrado, porque ella no había recibido aún esa noticia. María solía recibirlo con una gran sonrisa, con agua caliente para poner en descanso sus atareados pies. Pero esta vez estaba desencajada. Su rostro expresaba cierta angustia que José no lograba descifrar. Entonces le preguntó:


-¿Te pasa algo?

Una vez que María se encontró con el momento de la explicación no supo qué decir. Se encontraba aturdida tan así que no podía crear una estrategia adecuada. ¿Cómo explicar esto y lograr que le creyeran? Y aún cuando José le creyera o simplemente lo aceptara, ¿cómo se lo haría entender a su familia y a su aldea? Muchos esperaban la venida del Mesías, pero ¿y esta manera de presentarse? No todo milagro es bien recibido. Puede suceder que las personas queramos estar mejor, pero que una vez llegada la solución, la rechacemos... Y es que el milagro suele ser una solución altamente demandante para nuestras vidas.

María no tenía más que catorce años y José diecisiete. Ambos se conocían desde niños. Sus familias, amigas y cercanas en parentesco, habían hecho el arreglo matrimonial. La jovencita, ilusionada con la llegada del tiempo de su casamiento, hacía todo lo posible para que las cosas fueran hermosas para ambos. Ahora, frente a José, no se decidía a contarle lo que le pasaba por temor a perderlo todo. Sin decir palabra, agachó la cabeza y se movió como quien quiere eludir dar una respuesta a la pregunta del novio. José la miró fijamente, y no quiso quedarse sin respuesta.

-María, ¿qué sucede? ¿Tanto te molestan mis salidas? ¿Es eso?
Ya sin poder buscar mejores formas de decirlo, simplemente lo dijo:
-Estoy embarazada... José, estoy embarazada.

Ahora fue José el que guardó silencio. La inexperiencia del jovencito en materia sexual le hizo preguntarse si aquella vez que se abrazaron fogozamente, o aquel otro beso apasionado... Mil sensaciones presionaron su pecho y pensó en no emitir palabra a fin de entender lo que acaba de oír. Sabía que era mejor esperar unos segundos. Quizás, también, esperaba oír alguna explicación que lo ayudase a sobreponerse. Mientras tenía la mirada fija en María, sus pensamientos lo llevaban por mil lugares y a oír innumerables voces. El dolor en el pecho no lo dejaba respirar. Tal tristeza no era causado en ese momento ni por el deshonor ni la vergüenza. Le dolía el amor. Le dolía pensar su joven vida sin María. Esta noticia cambiaba todo.

Un prologando parpadeo trajo de vuelta el rostro de María a su vista. Ahora empezó a buscar otro camino de soluciones. Quizás, ella había sido objeto de algún abuso mientras trabajaba en el campo. Le había sucedido esto a otras jovenes por lo que podría haberle sucedido a María. Quizá algún soldado la había tomado a la fuerza y por vergüenza María no había querido contárselo antes. Mientras la miraba fijamente, imaginando opciones viables para que su relación continuara ante tal realidad, guardaba silencio.

Entonces, ella siguió:

- ... Un ángel me dijo: “¡Bendita eres entre todas las mujeres! Vas a concebir un hijo por obra del Espíritu Santo".

-¿Un ángel?... -dijo José y volvió a guardar silencio.

Ahora José canalizó sus emociones por el lado de la burla.
-¡Un ángel...! -Sonrió nervioso.

Nunca hubiera esperado tan disparatada explicación. Su dolor se hacía aún más agudo al ver que María no reconocía ninguna falta, y peor aún, cuando le venía con esta burda mentira; tan burda, que no podía ser otra cosa que el resultado de la desesperación y la culpa. Estaba cansado. El viaje de trabajo había sido largo. Esta noticia había consumido cualquier reserva de energía que pudiera tener. Totalmente sorprendido por la explicación, dio media vuelta y se fue a su casa, o, mejor dicho, lo que de ella habían construido.

Pero Dios necesitaba de José. Era bendito entre todos los hombres, pero aún él no lo sabía. Dios le estaba confiando la gran misión de ser el padre del Mesías. Un padre que discipularía al niño hasta su juventud. Lo llevaría con él cual maestro y aprendiz. Juntos prepararían los bolsos para los viajes de trabajo en los que tendrían largas charlas. Charlas sobre la vida en el reino, sobre la esperanza y sobre el amor a Dios. José guiaría al niño en la toma de conciencia de la realidad injusta por la que atravesaban como pueblo. Enfermos, viudas, niños abandonados, expropiados, trabajadores, traidores, invasores, el Templo, la Torá, el fiel y el justo; todos estos serían motivo de largas conversaciones entre ambos. El Mesías aprendería todo ello por medio de José, su padre, amigo y principal maestro.

El método de José sería el mejor. Le contaría sus historias de vida y las de su familia. El niño aprendería de las prácticas y opciones de su padre. Ambos se darían todo el tiempo del mundo para oírse y hacer todas las preguntas y observaciones que surgieran. Pero el niño también aprendería del amor hacia los demás por el amor recibido de parte de ellos. Como hombre fiel a la Torá, José le enseñaría el cuidado hacia los más débiles, y del compartir el pan, el trabajo y la esperanza. Aprendería la sabiduría del campesino y la destreza del artesano, la hospitalidad hacia el extranjero y la gracia del servicio hacia las viudas. De las intrépidas decisiones de su padre, Jesús aprendería a batallar contra aquellos patrones culturales que resistían la vida en plenitud. Amaría más que cualquiera a las mujeres. Las trataría justamente. Las sanaría, las honraría y aprendería de ellas públicamente. Y una cosa más, que, de obviarla, sería como olvidar a José y a su hijo: De su padre tomaría la esperanza, aquella necesaria para salir a buscar trabajo todos los días. Esa que se expresa en coraje para afrontar la adversidad. Esa que lleva a encarnar el gozo del reino aún con la cabeza recostaba sobre las piedras. La esperanza que denuncia en las plazas la injusticia del imperio a partir de la vida en comunidad. José, día a día, sembraría en el corazón de su pequeño hijo la ilusión del reinado de Dios sobre la tierra.

Al llegar a la casa, José se tira sobre las pieles de cabra y pretende dar final a las miles de ideas que recorren su mente, al menos por un momento. Al percibir el silencio del lugar, toma conciencia del pueblo del que forma parte. ¿Qué dirán de él los demás? ¿Cómo lo mirarán después de esta afrenta contra su honor? El dolor en su corazón se orienta, por un momento, hacia María y la detesta por lo que siente que le ha hecho. Ahora le angustia la humillación pública. Luego, imagina alguna venganza, pero no le satisface... Buscar al hombre que con María ha participado de esto tampoco le basta. No quiere la venganza, aunque sabe que otros se la exigirán. Imagina los comentarios desaprobatorios de sus vecinos, los de aquellos "justos" que le dirán:

-Te dije que algo raro veía en esa chica...
-Esa familia no tiene honor, ¡no pueden ni controlar a sus mujeres!
-No dejes pasar esto porque será un mal ejemplo para otros jovencitas

Con frases como estas lo incitarán a castigar a María como lo dice la Torá. Entonces se levanta y camina alrededor de la casa:

-María. No tengo salida... Quisiera correr, huir de este lugar y dejar todo esto fuera de mí. No podré resistirme a las presiones del pueblo. -Luego se dice para sí: Puede que hasta quieran matarla. Tendré que huir de aquí y dejarla a las suertes de lo que Dios quiera hacer con su vida. No estaré allí para condenarla, y aún quizá María pueda decir que yo la deshonré y la abandoné.

Los milagros suelen poner a prueba facetas de nosotros mismos que quizás desconocíamos. Abren caminos que aún hay que transitar. Para poder hacerlo precisamos poner a Dios en primer lugar, dejarse cambiar por él confiando a través de la obediencia. El milagro no es en sí mismo la solución de algo, solo es el comienzo que nos enfrentará, muchas veces, a grandes adversidades y a opiniones opositoras a nuestro proceder. Quienes viven el milagro deben entender que éste les demandará una consagración a Dios para que el milagro se torne plena realidad en sus vidas.

Ya sin energía, José decide buscar la calma del sueño y se queda dormido...

A la mañana siguiente, María toma la iniciativa de buscar a José. Su vientre no da señales del embarazo por lo que no tiene problemas de mostrarse en público. José, aún medio dormido, se levanta a recibirla. En el trayecto a la puerta recuerda lo sucedido y vuelve la angustia a su corazón. Frente a ella, otra vez, calla sin decir palabra alguna. La ve y le duele. Mira su gesto de amor y sufre, ya no por el qué dirán, sino porque no sabe qué decirle a su propio corazón. José está viviendo aquellos críticos momentos en la vida en los que uno siente que puede separar con total precisión aquello que se "siente" de aquello que se "piensa".

-José, te ruego que me creas. Te amo, te ruego que me creas...
-¿Sabes todo lo que podría hacer contra ti y vienes a mi casa? -le contesta.
-"Mi casa", -dijo María con todo el dolor.

Esa expresión fue más poderosa que aquella amenaza al castigo. Esas piedras unidas para formar paredes, aquellos troncos que las sostenían eran testigos de horas de ilusión y de compromiso. María también había dejado sus huellas de amor y esperanzas en cada rincón de esa casa. José notó ese dolor y le dolió el sufrimiento de María. No quería eso para ella. Entonces pasó de pensar en él para pensar en lo que ella podría estar sufriendo.

-¿Qué te puedo decir? ¿Qué puedo hacer? -le dijo contrariado José.

María no se iba y José no tenía idea de qué hacer. Parados uno frente al otro, José se rindió al deseo de abrazarla, y al hacerlo sintió cómo el pequeño cuerpo de su amada se cobijaba en el suyo. En esa cercanía percibió el amor como pertenencia de María. El perfume de su ternura, la potencia de su entrega, fueron para José como la voz de un ángel de Dios que le dijo que debía confiar en sus palabras. Al final de cuentas, ¿amar no es también creer? Y el amor en la esperanza bien vale la lucha por la superación de cualquier conflicto.

José, esta vez, oyó con amor el relato de María, y entendió que él también era parte de la esperanza en el reino. Comprendió que no solamente nacería un niño, sino también nacería un padre.

En los meses sucesivos, en medio de expropiaciones y huidas, José supo que su decisión fue la mejor. Al nacer su hijo, como se le indicó, le puso por nombre: JESUS ("Libertador").



[NOTA 1] El término griego que lo describe es tekton, algo así como "constructor", pero en el contexto de Galilea del siglo I d.C., implicaba trabajar con piedra o arena trabajada para hacer casas, hornos, cercas. En poblaciones pequeñas como la de Nazaret, mucho de su trabajo consistiría en hacer reparaciones. La idea de "carpintero" viene posteriormente de la época cuando el cristianismo llega a Europa. Allí, en base a los materiales con los que se hacían las casas, un tekton es algo así como un "carpintero".

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