Tenemos ESPERANZA


Entrevista a Federico Pagura
Por Guillermo FONT

TENEMOS ESPERANZA
El testimonio vivo de un profeta contemporáneo.

En marzo de 2010 la Revista Kairós realizó una extensa entrevista pública con Federico Pagura, obispo emérito de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, en ocasión de un encuentro organizado por la Fundación Kairós cuyo tema fue «Los cristianos en la vida pública». Pagura es reconocido en Argentina, toda América Latina y otras partes del mundo por su compromiso evangélico y ecuménico en la promoción y la defensa de los derechos humanos. En este número de la Revista Kairós publicamos un resumen de aquella entrevista con el fin de dar a conocer a nuestros lectores algunos tramos del camino íntimo y público de un hombre que, a sus 87 años, sigue cultivando la esperanza porque cree que otro país y otro mundo son posibles.

GUILLERMO FONT: Bienvenido, Federico. Gracias por aceptar la invitación de compartir estos días con nosotros y permitir que nos nutramos de tu experiencia de vida como cristiano comprometido con la vida de nuestro país y de todo nuestro continente latinoamericano.FEDERICO PAGURA: Esta escala en Kairós es un descanso para mí, es un momento muy feliz. Me encuentro con tanta gente de tantos países, de tantos lugares, escuchando sus experiencias, sus preguntas, sus reacciones... Esto para mí es muy alentador. Y como decíamos anoche con René Padilla, tenemos motivos para tener esperanza, para seguir esperando y para seguir luchando. Porque estamos en uno de esos momentos históricos, un kairós [tiempo oportuno] para América Latina, que si no lo aprovechamos, me parece que perdemos una gran oportunidad que Dios nos está dando.

GUILLERMO FONT: Quién es Federico Pagura?

FEDERICO PAGURA: Soy un pastor que lo nombraron obispo y lo largaron a andar por América Latina. Y bueno, la cuerda me ha durado hasta ahora y sigo andando...

GUILLERMO FONT: Quiero que sepas que me siento muy contento de realizar esta entrevista con vos. Porque se te nota que sos un buen tipo. Irradiás una humanidad muy cálida. Se te nota que no te la creés. Y me impacta que, al dialogar, mirás detenidamente a los ojos del otro y comunicás un interés profundo por lo que el otro te expresa. Eso no es poca cosa, Federico. Para mí es un acto de amor, de fe cristiana encarnada, que lo valoro muchísimo. ¿Cuáles son las raíces de tu cálida humanidad?

FEDERICO PAGURA: Vos sos demasiado generoso... A ver... Cuando mi abuelo paterno —Natalio Pagura— llegó de Italia, se radicó en Arroyo Seco, provincia de Santa Fe. En Italia había sido sacristán y organista de la iglesia, y vino a la Argentina buscando una iglesia católica que fuera diferente a la iglesia tradicional que había conocido en Italia. Un día, en una estación de tren, compró un ejemplar de la Biblia. En esa época casi sólo los protestantes promovían la lectura de la Biblia. Comenzó a leerla y, poco a poc,o fue expresándole a su cura párroco las inquietudes que le iban surgiendo, hasta que el sacerdote le dijo: «Natalio, vos ya no sos católico. Vos sos un hereje. Las preguntas que hacés, las cuestiones que planteás no tienen que ver con nuestro dogma. Por lo tanto, no tenés lugar en la iglesia». A partir de ese momento mi abuelo ya no pudo seguir siendo sacristán ni se le permitió seguir tocando el órgano de la parroquia. Lo llamaban solamente para algún casamiento o alguna fiesta muy especial porque no había quién tocara el órgano. Así que mi abuelo armó un pequeño altar en su propia casa. Puso una mesa con una Biblia abierta y dos velas, y colgó un cuadro de la Sagrada Familia contra la pared. Todas las mañanas él le leía la Biblia a su numerosa familia y trataba de explicársela como podía. Algunos vecinos oyeron sobre estas reuniones familiares y empezaron a decirle a mi abuelo: ¿Se puede asistir a alguna de esas reuniones? Así que empezó a asistir gente del barrio, el grupo fue creciendo, hasta que a un superintendente de la Iglesia Metodista en la ciudad de Rosario le dijeron: «Mire, hay una iglesia que está creciendo mucho y no sabemos qué son ni de dónde vienen». Entonces este hombre fue a visitar a aquel grupo en la casa de mi abuelo. Cuando se pusieron a conversar, mi abuelo le explicó las cosas que iba descubriendo por la lectura de la Biblia, las cosas que el sacerdote le había cuestionado tan severamente. A lo que el superintendente metodista le dijo: «Ésas son las cosas que creemos los evangélicos, y en nuestra propia iglesia las practicamos». A partir de allí, mi abuelo, su familia y el grupo que se reunía en su casa se unieron a la Iglesia Metodista. Ésas son mis raíces. Nací en 1923 en Arroyo Seco, viví allí durante los años preescolares. Cuando llegó el momento de ir al Jardín de Infantes, mis padres decidieron radicarse en Rosario, donde les ofrecieron una beca para que yo estudie en el otrora Colegio Norteamericano, de la Iglesia Metodista, que después se llamó Colegio Americano, y que hoy es el Centro Educativo Latinoamericano que dio origen a la UCEL [Universidad del Centro Educativo Latinoamericano].

GUILLERMO FONT: ¿Cómo fue tu vida en Rosario?

FEDERICO PAGURA: En Rosario vivimos en un conventillo en condiciones muy pobres, todos juntos en una sola habitación —mis padres, mi hermanita y yo—. Recuerdo que yo dormía sobre un baúl, al que le habían puesto algo acolchado arriba. Eran los años 30, en medio de una crisis económica y social tremenda. Mi padre trabajaba como obrero de una empresa cerealera y, de un día para otro, él y todos sus compañeros perdieron sus trabajos. No se conseguía empleo por ningún lado. Mi padre tuvo que salir a la calle para vender cualquier cosa para sobrevivir. Esa tragedia nos marcó. El sufrimiento del desempleo. Por eso yo atiendo a todos los que pasan por mi casa, y en el barrio me dicen: «Pero usted es el único que recibe a todo el mundo». Y yo les digo: «Sí, porque yo me acuerdo cuando mi padre llegaba llorando porque nadie le había comprado nada». Después, cuando falleció mi abuelo y recibimos la parte de su herencia, mejoró nuestra situación y pudimos tener una casita propia.

GUILLERMO FONT: ¿Quién influyó en tu primera juventud para que te comprometieras con Jesucristo?

FEDERICO PAGURA: Tuve el privilegio de tener como pastor a don Julio Manuel Sabanes. Era una luz, muy progresista en su pensamiento, muy preocupado por la evangelización y la acción social. Junto a él experimenté por primera vez estas dos dimensiones de la misión cristiana. En cuanto a la evangelización, un día el pastor Sabanes me dijo: «Federico, hoy tienes que predicar en la Plaza López, calle Laprida y avenida Pellegrini. «Pero yo nunca he predicado», le dije. «Cuenta tu historia, cuenta tu fe, por qué crees, por qué eres cristiano, nada más que eso», me respondió. Así que, con una tribuna de madera, sin megáfono, tratando de que mi voz fuera más fuerte que el ruido del tráfico que pasaba, empecé a predicar el evangelio en aquella esquina. En relación a la acción social, un día salimos de una reunión de jóvenes y don Julio nos dice a mí y a un compañero: «¿Me acompañan a una reunión en la que tengo que ir a hablar esta tarde?». La Federación Anarco-Comunista de Rosario lo había invitado a exponer el punto de vista cristiano sobre el problema que en ese tiempo se había suscitado en relación a la educación laica o religiosa. Así que acompañamos a Sabanes a ese ámbito tan desconocido para nosotros. Y allí, frente a todo el liderazgo comunista y anarquista de Rosario de esa época, dio una conferencia sobre qué pensábamos los evangélicos —y en nuestro caso particular, los metodistas— sobre el problema de la educación. Ambas experiencias fueron mi primer acercamiento al pueblo desde la evangelización y la acción social.

GUILLERMO FONT: ¿Cuándo te fuiste a Buenos Aires a estudiar teología?

FEDERICO PAGURA: El doctor Foster Stockwell, que era el rector de la Facultad Evangélica de Teología en Buenos Aires, le preguntó al pastor Sabanes si en su congregación había algún posible candidato para estudiar teología. «Pepito Pagura podría ser uno. Tiene dones para el ministerio pastoral», dijo Sabanes. (Me llamaban Pepito porque mi segundo nombre es José.)

GUILLERMO FONT: ¿En Buenos Aires conociste a tu esposa?

FEDERICO PAGURA: Cuando yo fui a la Facultad de Teología estaba de novio con una chica de Rosario. Estando allá recibí una carta suya donde me decía que me quería mucho, me respeta pero que no estaba dispuesta a continuar la relación porque no sentía que podía ser esposa de un pastor. La verdad es que yo sufrí mucho esa ruptura. Después de algún tiempo, una misionera estadounidense me dijo: «Usted anda muy triste desde que lo dejó su novia de Rosario. Quiero presentarle a una chica de La Pampa, de la Iglesia Valdense, muy bonita, tiene dones musicales... y también pinta cuadros. ¡Le hizo una propaganda! A los dos años esta chica, Rita, entró a estudiar en la Facultad de Teología y fue mi compañera de vida durante 60 años... El amor de mi vida... Yo siempre dije que Rita y yo estábamos predestinados a ser ecuménicos. Ella valdense, yo metodista. Yo le solía decir: «Rita, cuando te presentes decí “soy valdense y pertenezco a la iglesia metodista”».

GUILLERMO FONT: ¿Cómo siguió tu itinerario después de graduado y de casado?

FEDERICO PAGURA: La iglesia nos encomendó el pastorado de una congregación en Venado Tuerto, también en la provincia de Santa Fe. Estando allí me ofrecen una beca para continuar mis estudios en el Union Theological Seminary en New York. Pero la beca era para mí sólo, no para el matrimonio. Tratamos de conseguir otra beca para Rita pero fue imposible. Entonces Rita me dijo: «Federico, si es para bien de tu ministerio, tenés que ir. Yo me quedo a cargo de la congregación y haré lo que pueda, si me ayudan los pastores de la zona». La cuestión fue que, antes de mi partida, quedó embarazada de nuestro primer hijo. Cuando les cuento esto a los estudiantes de hoy, no pueden concebirlo. «¿Usted se fue durante un año estando recién casado y su mujer embarazada? No puede ser», me dicen. Y yo les digo: «Sí, y mi esposa me acompañó en ese propósito. Estuvo dispuesta. Y gracias a Dios seguimos juntos, no se rompió el matrimonio por la distancia, al contrario». Luego continuamos nuestro ministerio pastoral en Concordia, provincia de Entre Ríos, estuvimos muchos años en Rosario y después regresamos a Buenos Aires porque fui invitado a trabajar en el ISEDET [Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos, hoy Instituto Universitario] como profesor de Teología Práctica y capellán. Estando allí, en 1969, me tocaba el año sabático. Entonces me ofrecieron una beca para hacer estudios en la Escuela de Teología de Clermont, en Estados Unidos. Allí sí, durante medio año, pudo acompañarme mi esposa, mis dos hijos y mi hija.

GUILLERMO FONT: ¿Es cierto que, estando vos en Clermont, los metodistas latinoamericanos reunidos en Chile decidieron nombrarte obispo de Costa Rica y Panamá?

FEDERICO PAGURA: Así fue. Me llamó Roberto Ríos por teléfono a Clermont y recuerdo que me dijo casi patéticamente: «Federico, aceptá, aceptá, por favor». Yo le dije: «Pero tengo que consultarlo con mi familia». Así que en una noche de armonía con mi familia, orando, dialogamos acerca de quién va, quién no va, quién quiere ir y quién no quiere ir. Mi hijo mayor dijo: «Yo de Buenos Aires vine y a Buenos aires vuelvo». Los otros dos, jóvenes, adolescentes, decidieron acompañarnos, y se aguantaron todo el cambio que significó ir a vivir a Costa Rica, un país que no conocían, perder un año de estudio también...

GUILLERMO FONT: ¿Cómo fue la experiencia en Costa Rica?

FEDERICO PAGURA: La experiencia en Costa Rica fue riquísima por un lado y dolorosa por otro. Abrimos caminos de relaciones ecuménicas. Ayudamos a formar un grupo ecuménico muy lindo. Pero nos tocó una época muy difícil. Nuestros misioneros metodistas estaban divididos en unos muy avanzados en su pensamiento y otros muy conservadores. Algunos de ellos habían salido de Cuba aterrorizados por el comunismo. No puedo dejar de compararlos con Lois, una misionera presbiteriana que nunca quiso salir de Cuba para regresar a su país. Ella dijo: «Yo he venido acá, y es fundamental que yo esté cumpliendo mi misión como misionera. El régimen político que aquí haya es secundario». Así que, en medio de toda esa tensión entre progresistas y conservadores, hubo unos hermanos que dolorosamente nos traicionaron y decidimos salir de Costa Rica. Rita era una vasca que no lloraba fácilmente [se le corta la voz], pero lloró cuando dejamos Costa Rica... No se perdió la semilla, porque gracias a Dios tenemos tantos amigos allí que han seguido el trabajo y siguen el mismo espíritu. Entre ellos, Juan Stam, querido hermano y amigo.

GUILLERMO FONT: ¿Regresaron a la Argentina?

FEDERICO PAGURA: Sí, y la iglesia decidió enviarnos como pastores a una congregación de la ciudad de Mendoza. Yo no entendí ese nombramiento, pero me dije: «Va a ser un lugar de descanso, un jardín para recuperar fuerzas y sanar heridas». Algunos amigos nos decían: «Ustedes tienen que volver a Buenos Aires, a seguir su trabajo en la Facultad de Teología». Años más tarde, Eugenio Stockwel me dijo: «Federico, yo no entendí por qué los habían enviado a Mendoza hasta que se produjo el golpe de estado en Chile».

GUILLERMO FONT: ¿Qué cambió en tu ministerio pastoral en Mendoza a partir del comienzo de la dictadura de Pinochet?

FEDERICO PAGURA: Empezamos a recibir a miles de chilenos que cruzaban la cordillera día y noche en busca de refugio en nuestro país. Llenamos los hoteles de Mendoza con refugiados. No dábamos abasto ante semejante irrupción de necesidades. La Iglesia Católica nos confió «Caritas» y llenamos de refugiados todas las instalaciones de «Cáritas» en Mendoza. El grupo de sacerdotes del Tercer Mundo me incluyó como uno de ellos. Salimos a pedir ayuda a todas las iglesias de Mendoza, de todas las denominaciones evangélicas y de otras confesiones también. Recuerdo que Néstor Míguez visitó a cada uno de los pastores. Casi todos decían: «Nosotros estamos predicando el evangelio, no tenemos tiempo para esas cosas», «Atender a los refugiados es meterse en política» «No, vienen zurdos del otro lado de la cordillera», y cosas así. Solamente una pequeña congregación luterana se unió a nuestro trabajo y un equipo de sacerdotes católicos con muy buena preparación que habían sido excluidos de la iglesia. Juntos llenamos todos los hoteles de no sólo de Mendoza sino también de San Luis y San Juan con refugiados que venían de a miles. Nuestra Iglesia Metodista transformó sus instalaciones en refugio. Se fueron sumando abogados, médicos, trabajadores sociales, etc. para atender la multiplicación de problemas que traían los refugiados. Los chicos, por ejemplo, cuando veían pasar aviones, pensaban que podría ser un bombardeo y sentían mucho miedo. Los adultos venían y decían «un auto nos está siguiendo por la calle». Tuvimos que buscar psicólogos para ayudar a los refugiados a transitar semejante situación. Fue un tiempo muy difícil. Yo lo llamé a nuestro obispo, Carlos Gatinoni, y le dije: «Mire, la situación se está haciendo cada vez más grave y más peligrosa. ¿La Iglesia Metodista nos va a acompañar si seguimos trabajando en esto?». Gatinoni me dijo: «Federico, sigan adelante si ustedes tienen la conciencia de que están haciendo la obra que Dios les está pidiendo. Sigan adelante, nosotros los vamos a ayudar».

GUILLERMO FONT: Hace unos días me fui conmovido de tu casa al ver tu emoción profunda en tu mirada cuando me dijiste: «Todavía escucho la voz de Rita diciéndome “Federico, tengo miedo”».

FEDERICO PAGURA: Es verdad [se le corta la voz]... Es que las cosas empezaron a ponerse cada día más difíciles. Un día en que yo tuve que viajar a Buenos Aires pusieron una bomba en nuestra iglesia con riesgo de vida para mi esposa, mi hija y mi suegra, que estaban solas allí. Nos secuestraron a Mauricio López que trabajaba con nosotros. Muchos creían que él era metodista, pero no, pertenecía a la Iglesia de los Hermanos Libres, era un excepcional «hermano libre». Llegó a trabajar con el Consejo Mundial de Iglesias. Mauricio es uno de nuestros 30.000 desaparecidos. Comenzamos a dormir de noche en casas de familias de confianza de la iglesia, dejábamos el auto a tres o cuatro cuadras porque nunca sabíamos a quién le iba a tocar la próxima bomba o el próximo secuestro. Ante el riesgo seguro de ser secuestrado como Mauricio, la ONU [Organización de las Naciones Unidas] nos pidió que nos retiráramos, que por lo menos por un tiempo no estuviéramos a la vista de la gente. Entonces nos fuimos a un lugar de San Luis entre las sierras, a una casa ruinosa que no tenía ni luz eléctrica, pero que nos ofrecieron para estar aislados y lejos de cualquier acción de las Fuerzas Armadas. Fue una etapa muy difícil.

GUILLERMO FONT: Y en medio de semejante dificultad escribiste tu tango «Tenemos esperanza», conocido y cantado en diferentes idiomas en muchas partes del mundo.

FEDERICO PAGURA: Sí, ese tango nació en Mendoza, en ese contexto de desesperanza. Yo siento que Dios me lo regaló. Hay dos fenómenos en este tango. En primer lugar, no aparecen en ninguna parte la palabra «Jesús» ni la palabra «Cristo». ¿De quién puedo estar hablando cuando me refiero al pesebre y a la cruz? En segundo lugar, además del estribillo, tiene dos primeras estrofas de ocho versos y una tercera estrofa de cuatro versos. Yo digo en todas partes donde lo cantamos que esas cuatro líneas que aparentemente faltan son las que tenemos que seguir escribiendo nosotros. La historia está abierta, el trabajo sigue y cada uno de nosotros tiene que completar ese tango con su propia vida, su propio compromiso, su propia entrega.

GUILLERMO FONT: Después de tu arriesgada labor de defensa de los derechos humanos en Mendoza fuiste elegido como obispo de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, participaste de la formación del Movimiento Ecuménico de los Derechos Humanos [MEDH] y fuiste el primer presidente del Consejo Latinoamericano de Iglesias [CLAI].

FEDERICO PAGURA: Sí, ésas fueron otras de las grandes sorpresas que Dios me dio en la vida, con muchas satisfacciones y también muchas luchas. Cuando empezamos con el CLAI, algunos evangélicos nos difamaron diciendo que éramos una asociación subversiva, que recibíamos rublos rusos para sostenernos, que teníamos campamentos de entrenamiento de guerrilleros... Por toda América Latina teníamos que ir desmintiendo esas calumnias... ¡Cuántas cosas sucias hay entre nosotros como cristianos! ¿Cómo no vamos a encontrarnos con la incredulidad de la gente que desconfía de nosotros cuando usamos cualquier método para desacreditar al otro? Sin embargo, han sido más las satisfacciones. Junto a Adolfo Pérez Esquivel [Premio Nobel de la Paz] hemos trabajado juntos por la paz, haciendo incidencia pública y defensoría de derechos en varios países de América Latina. A los largo de los años, en cada provincia de nuestro país y en cada país de América Latina —y aún más allá— hemos sembrado la semilla del evangelio de la paz, de la unidad cristiana y de la promoción y la defensa de los derechos humanos.

GUILLERMO FONT: Sé que tu vocación de pastor y profeta te llevó a reunirte con personajes emblemáticos como Fidel Castro. ¿Cuál fue tu experiencia en Cuba?

FEDERICO PAGURA: Me invitaron a ir a Cuba como presidente del CLAI. Antes de viajar, varios me decían: «¿Qué va a hacer usted en Cuba?», «Allí le van a cortar la cabeza», «A los cristianos los persiguen, los encarcelan y los matan», «Usted es nuestro obispo, no tiene derecho a arriesgarse así»... Y yo respondía: «Pero si allí tenemos iglesias nuestras que viven su fe como nosotros...». ¡Ah, lo que son algunos medios de comunicación! ¡Las mentiras que imponen! Después de cinco o seis visitas que realicé a Cuba conozco bastante bien las grandes debilidades de la revolución cubana y también sus enormes virtudes; los cubanos también las conocen. He podido visitar la isla de norte a sur y de este a oeste. En una ocasión escribí una poesía dedicada a los cubanos, que presenté en un aniversario del Consejo de Iglesias de Cuba. Allí estaba presente el doctor Carneado, un hombre negro, encargado de las relaciones entre el estado y las iglesias. (Es interesante que, fuera de Cuba, me habían dicho que a los negros no les daban lugar en el gobierno... ¡Otra mentira!) Un tiempo más tarde, volví a la isla para participar de un encuentro de cuatro horas con Fidel [Castro]. Me hicieron sentar junto a Fidel, y en determinado momento el doctor Carneado me dijo: «Dígale la poesía a Fidel. Que le escuche su poesía». Y yo le dije: «No, yo no memorizo mis poesías, las escribo y las suelto, se van...». Pero él insistió: «¿No se acuerda de nada?». Entonces le dije: «Bueno, me acuerdo del estribillo». Así que le recité a Fidel Castro aquellos breves versos que decían así:

Cubanos hermanos,
cuídennos el jardín de la esperanza.
Arránquenle sus zarzas, sus espinos,
pero no pierdan rumbo ni destino.

Y más tarde se lo repetí con una modificación, para hacer justicia con el género: ««Cubanas hermanas, cuídennos el jardín de la esperanza...». Al concluir esas cuatro horas de un diálogo interesantísimo, nos saludamos con Fidel y él me dijo: «Obispo, no me voy a olvidar nunca de lo que usted ha dicho». Y me repitió textualmente el estribillo de mi poesía, sin faltarle ni una coma.

GUILLERMO FONT: Durante 60 años de matrimonio y de ministerio, Rita fue tu compañera infatigable, aún durante los últimos 12 años que duró su enfermedad y en los que priorizaste su cuidado.

FEDERICO PAGURA: Cuando yo era joven, cuando un pastor o un misionero tenía a su mujer con Alzheimer o una cosa parecida, la escondían, la tenían en un rincón de la casa. Parecía como que fuera un pecado, parecía como la lepra en tiempos de Jesús: no acercarse ni tocarla. Y cuando le preguntaban «¿cómo está su esposa?», no se hablaba del asunto. ¡De eso no se habla! Cuando Rita se enfermó de Alzheimer, yo me dije: «Yo no voy a repetir la historia de esos pastores y misioneros». No puede ser. La persona tiene que seguir siendo respetada como persona, hasta donde pueda, aunque no entienda todo. Pero debe sentir el afecto de la gente. Así que yo llevaba a Rita conmigo a todos lados, por todas partes. No perdía reunión. Aguantó muchas cosas, pero era la manera de mantenerla en contacto con las personas, con los seres humanos. Y esto es una cosa que tenemos que tener en cuenta si alguna vez en nuestra familia nos pasa algo semejante: respetemos a la persona que está enferma, démosle ese respeto y esa dignidad que se merecen, no la hagamos un objeto, una cosa para arrinconar en un lugar. Eso mata a la gente.

GUILLERMO FONT: Me contaste que, cuando Rita falleció, recibiste profundo consuelo en medio del dolor a través de tu amigo Leonardo Boff.

FEDERICO PAGURA: Uno de los mensaje más breves y significativos que recibí fue el de Leonardo, que me decía: «Federico, vas a notar un vacío muy grande por mucho tiempo, porque han sido muchos años, sesenta años de convivencia y de trabajo común. Pero acuérdate: la muerte es cerrar los ojos para ver mejor. Porque los seres humanos no vivimos para morir, morimos para vivir», para resucitar; como diría San Pablo, «para estar con Cristo, lo cual es mucho mejor».

GUILLERMO FONT: Federico, cuando hay tantos que se enriquecen materialmente a costa del evangelio y el ministerio pastoral, para mí es inspirador que, con la trayectoria que tenés y en la novena década de tu vida, seguís viviendo en aquella casa sencilla que compartiste con Rita en el sur de tu querida ciudad de Rosario, que —como a la mayoría— tu sueldo de jubilado casi no te alcanza para cubrir todas tus necesidades, y que —por la gracia de Dios— seguís comprometido activamente como discípulo de Jesucristo en múltiples fronteras de servicio en las iglesias y en la sociedad. ¡Gracias por enriquecernos con tu testimonio de vida, y gracias por hacer el esfuerzo de estar con nosotros en este encuentro!

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