por Roberto Rado
“Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente”. Luc 15:20
Cómo será el abrazo Señor en ese día
en que nos encontremos contigo cara a cara.
Ese abrazo que tanto esperamos
aquellos que somos tus hermanos.
Lo imagino Seño, tan lleno de ternura
que no podré emitir palabra alguna.
El único lenguaje será el de mis ojos
con lágrimas de alegría pronunciadas.
Imagino la fuerza de tus brazos y tus manos
rodeando mi cuerpo, ya resucitado.
La misma fuerza de tu Espíritu
que levantó tu cuerpo en el pasado.
Será extenso y prolongado. Silencioso.
No habrá palabras ni sonidos.
Sólo tu amor será el vínculo perfecto
que nos mantendrá ese momento unidos.
Y allí en ese instante sabré definitivamente
que no fue en vano creer en tí, obedecerte.
Y que es verdad que tu amor
nos alcanzará más allá de la muerte.
No sentiré tan sólo tu cariño
porque será el Padre
que rodeará también mi cuerpo
como a un niño.
Mientras tanto Señor en esta tierra
iré ensayando el encuentro de ese día.
Abrazando a los pobres de esta tierra.
A los perdidos. A los desvalidos.
Los de brazos caídos
que no pueden levantarlos
porque temen otra vez ser engañados.
Los de brazos abiertos
que son amigos del mundo
pero que aún no han encontrado tu camino.
Los de brazos duros
que no pueden darse a los demás
porque el egoísmo contrajo sus músculos.
Los de brazos débiles
que no pueden mantener por mucho tiempo
su compromiso de amor que han asumido.
Los de brazos religiosos
que levantan sus manos
pero su corazón está lejos de tu lado.
Los de brazos cruzados
que esperan que los demás
den por ellos, siempre el primer paso.
Y así, hasta que en el cielo nos veamos
sabré que el más hermoso ensayo Señor
lo haré con mis hermanos.
Porque mientras aquí peregrinamos,
estar con ellos y abrazarlos
será como si Tú estuvieras a mi lado.
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1 comentario:
¡Qué hermosa realidad, en esta poesía! Gracias
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