El perfil pedagógico de Jesús


por Elsie Romanenghi de Powell
Hace muchos años, cuando cursaba el secundario, saqué de la biblioteca del colegio La Vida de Jesús,de Renan. Sabía poco del autor, y menos aún si era agnóstico, liberal o creyente, pero hasta hoy recuerdo la sensación de leer a alguien que escribía muy bien y pintaba magistralmente las cualidades de Jesús como Maestro...

La religión de Jesús


Por Harold C. Segura

Jesús no fue un Maestro común y corriente que, como muchos, enseñara sin causar reacciones adversas por parte de sus oyentes. Jesús no fue así. Jesús dijo cosas que incomodaron a los religiosos de su tiempo, que enardecieron a los políticos y que causaron ira en sus demás enemigos. Su muerte en la cruz fue causada por quienes no soportaron más sus «irreverencias» y decidieron acallar su voz… ¡cómo si muriendo no hablara más claro y más fuerte!

Es entendible que desatara tanta furia cuando enseñaba en contra de las tradiciones religiosas y de los dogmas que los sacerdotes de su época habían acomodado para su propio bienestar. Eso se entiende. Lo incomprensible es que sus enemigos también reaccionarán cuando sanó a algunas personas. ¿Cómo se puede estar en contra de que un paralitico se levante o un ciego vea? Pero eso fue lo que sucedió.

Juan 9:1-42 narra la historia de un joven que era ciego y fue sanado por Jesús. Dice el evangelio que los religiosos de su época reaccionaron en contra de Jesús porque lo había sanado un sábado. ¡No puedo creer que gente tan experta en la ley del Antiguo Testamento respondieran de esa manera! Dijeron: «Ese hombre no viene de parte de Dios, porque no respeta el sábado» (9:16). Para ellos era más importante respetar la institucionalidad religiosa que devolverle la vista a un ciego. Es decir, primero las normas, después el ser humano; la religón antes que la vida.

El texto del evangelio de Juan deja al descubierto lo absurda que puede llegar a ser una religión cuando olvida que el amor a Dios se expresa por medio del amor al prójimo. Para Jesús la vida plena estuvo siempre primero que las instituciones religiosas. Para él no había mejor manera de dar gloria al Padre que devolviéndole la vida a los que no la tenían (10:10). Que los cojos caminen, que los muertos resuciten, que los ciegos vean, que las viudas tengan consuelo, que los pecadores reciban perdón y que los niños y las niñas gocen de cariño; esta fue la religión de Jesús.

Tomado de Lupa Protestante

Lausana III, entre pesimismos realistas y esperanzas tercas

En este momento estoy en Sao Paulo, Brasil, en camino hacia Ciudad del Cabo, Sudáfrica, para participar en el anunciado Tercer Congreso Internacional del Movimiento de Lausana sobre Evangelización Mundial, que se realizará del 16 al 24 de octubre. Hay una historia detrás de este magno evento que se origina en el Primer Congreso celebrado en Lausana, Suiza, en 1974, y que reunió a 2700 líderes procedentes de 150 países del mundo. La revista Time opinó por aquellos años que esta había sido «posiblemente la reunión de cristianos de mayor alcance jamás convocada». A algunos de mis viejos profesores los escuché decir que aquel congreso había sido el equivalente al Vaticano II evangélico. Exageración que se comprende.

Desde aquel 1974, los cristianos, sobre todo los latinoamericanos comprometidos con la misión integral de la Iglesia, hemos hecho del Pacto de Lausana nuestro himno de batalla para declarar hasta el cansancio que la misión evangelizadora es más que palabras y que tiene que ver con la responsabilidad social y la promoción de la justicia en el mundo. Casi de memoria aprendimos a repetir el numeral cinco del documento:

Afirmamos que Dios es tanto el Creador como el Juez de todos los hombres. Por lo tanto, debemos compartir Su preocupación por la justicia y la reconciliación en toda la sociedad humana, y por la liberación de todos los hombres de toda clase de opresión. La humanidad fue hecha a la imagen de Dios; consecuentemente, toda persona, sea cual sea su raza, religión, color, cultura, clase, sexo, o edad tiene una dignidad intrínseca, en razón de la cual debe ser respetada y servida, no explotada. Expresamos además nuestro arrepentimiento, tanto por nuestra negligencia, como por haber concebido, a veces, la evangelización y la preocupación social como cosas que se excluyen mutuamente. Aunque la reconciliación con el hombre no es lo mismo que la reconciliación con Dios, ni el compromiso social es lo mismo que la evangelización, ni la liberación política es lo mismo que la salvación, no obstante afirmamos que la evangelización y la acción social y política son parte de nuestro deber cristiano. Ambas son expresiones necesarias de nuestra doctrina de Dios y del hombre, de nuestro amor al prójimo y de nuestra obediencia a Jesucristo. El mensaje de la salvación implica también un mensaje de juicio a toda forma de alienación, opresión y discriminación, y no debemos temer el denunciar el mal y la injusticia dondequiera que existan. Cuando la gente recibe a Cristo, nace de nuevo en Su Reino y debe manifestar a la vez que difundir Su justicia en medio de un mundo injusto. La salvación que decimos tener, debe transformarnos en la totalidad de nuestras responsabilidades, personales y sociales. La fe sin obras es muerta. Hech. 17:26,31; Gén. 18:25; Isa. 1:17; Sal. 45:7; Gén. 1:26,27; Sant. 3:9; Lev. 19:18; Luc. 6:27,35; Sant. 2:26-26; uan 3:3,5; Mat. 5:20; 6:33; 2 Cor. 3:18.

¡Cómo no celebrar lo que allí pasó! Se habló de la justicia, se mencionó la reconciliación, se insistió en la conversión como una experiencia de trasformación total y se usó el polémico término liberación. Claro, con las consabidas explicaciones evangelicales, ¡pero se dijo algo! Y esas eran las buenas nuevas del 74. ¿Conservadoras? Sí, mucho, pero oportunas y valientes dado el contexto evangélico mundial de aquellos años.

El Pacto contiene, en total, quince numerales, además de la introducción y la conclusión [http://www.comimex.org/08_lausana.shtml]. Allí se declaró, entre otros asuntos, el lugar del diálogo para la evangelización, el valor de la unidad del Cuerpo de Cristo para el cumplimiento de la tarea evangelizadora, el debido respeto que debe tener la labor misionera por la diversidad cultural y la necesidad de promover la libertad de conciencia. Viene bien leer de nuevo aquella declaración y celebrar lo que allí se afirmó, sobre todo si se tiene en cuenta el impacto que tuvieron esas afirmaciones en el surgimiento y desarrollo de nuevas maneras de comprender la misión de Dios y las responsabilidades que ella implica para el pueblo evangélico, en su gran mayoría conservador y reacio a mezclar a Dios con los asuntos de la justicia social y la práctica política.

Pero han pasado más de treinta y cinco años desde aquel entonces. Del Pacto de Lausana hemos hablado hasta la saciedad, sin por ello decir que haya sido aceptado y practicado con el mismo énfasis. Al Pacto le debemos mucho; nos ayudó a balancear nuestra fe y nos animó a comprometernos con los dolores de esta América Latina llena de injusticias y dolores. Con el Pacto se nos dio el permiso de soñar con una Iglesia presente en la sociedad, dialogante con los sucesos políticos y cuestionadora del orden establecido, así ese orden se quisiera imponer dentro de las mismas comunidades de fe. Gracias al Pacto o impulsados por él, surgieron en América Latina nuevos rostros evangélicos, orgullosos con su cuna evangélica, pero saludablemente críticos con los riegos del fundamentalismo evangelical.

A estos evangélicos críticos, como los llama Paul Freston, me precio de pertenecer. Somos los que pedimos que en el 2010 vayamos un poco más allá de lo que se declaró en 1974 (¿es pedir mucho después de tantos años?). Lausana I requiere de una puesta al día; que sin tanta timidez y con más arrojo profético digamos lo que debemos decir hoy ---lo que el Señor espera que digamos--- acerca de la evangelización en el mundo. Esto esperamos; aunque, en las últimas semanas, conversando con varios de mis amigos y colegas he escuchado sus prevenciones y desconfianzas con lo que acontecerá en Ciudad del Cabo. La ola de dudas es muy grande. Piensan que los sectores más conservadores de las iglesias evangélicas del mundo (por cierto es la Alianza Evangélica Mundial la principal convocante) interesados sólo en los modelos proselitistas de la evangelización impondrán su derecho de mayoría. Creen que la declaración final de Ciudad del Cabo no será tan integral y balanceada como la del año 1974. Opinan que se guardará venerable silencio acerca de los grandes males que aquejan este mundo bueno de Dios, como la pobreza, la injusticia, la violencia, los desastres ecológicos y los abusos del poder hegemónico, entre muchos otros. En fin, que Lausana III será cuatro pasos atrás respecto de Lausana I… y tienen razón.

Les doy la razón, es cierto todo lo que dicen, sin embargo también les he dicho que, en mi caso, llego a Sudáfrica con cierto dejo de esperanza inexplicable y terca. En Twitter escribí esta mañana: «Lausana III, ¿un paso adelante? ¿dos atrás? Espero que tres al frente. La esperanza nunca avergüenza». Algunos me han dicho que es mi edad. A lo mejor tienen razón. Aunque sería extraño que ahora los jóvenes fueran defensores del realismo pesimista (a la manera del brillante J. Saramago) y los más viejos los del idealismo esperanzado (a la manera del también brillante E. Sábato). Pero, bueno, todo es posible. Es cierto; llego con esperanzada expectativa y aún no entiendo por qué.

Sao Paulo, octubre 2010

Sobre el autor:
Harold Segura C., pastor y teólogo colombiano, Director de Relaciones Eclesiásticas de World Vision International. Reside en San José, Costa Rica.

Entrevista al pastor y teólogo Juan Stam


Entrevistó: Edgardo Moffatt
Un desafío al compromiso profético















JUAN STAM (75), oriundo de Paterson, Nueva Jersey, es uno de los teólogos evangélicos «latinoamericanos» más pertinentes de la actualidad. Aunque es estadounidense de nacimiento, se nacionalizó costarricense como parte de un

proceso de identificación con América Latina que lleva más de cincuenta años. Últimamente, ha llamado mucho la atención su análisis teológico del discurso religioso del presidente de los Estados Unidos, George W. Bush.

Las Prácticas Restaurativas en Jesús de Nazareth

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