La muerte de Osama Bin Laden: ¿se ha hecho justicia?


C. René Padilla

La matanza de Osama Bin Laden por disposición del Presidente Barrack Obama se ha convertido en el tema más debatido en los últimos tiempos a nivel global. Tan pronto como el 1 de mayo pasado Obama anunció que el Comando Navy Seals había matado al jefe máximo de Al Qaeda, en los Estados Unidos se desató una efervescencia colectiva comparable a la que los amantes del fútbol en el Brasil o la Argentina celebran ante un triunfo que define a su equipo como campeón mundial después de una larga contienda.

Miles de ciudadanos estadounidenses se volcaron a la Times Square en Nueva York y a la Casa Blanca en Washington D.C. al grito de “¡USA! ¡Lo atrapamos!”. Para esa gente, con la muerte de Bin Laden concluía una etapa de casi diez años de buscar la manera de darle su merecido al autor intelectual del atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 —el atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono— que dejó un saldo de 3.000 muertos y provocó la “Guerra contra el terrorismo” declarada por el Presidente George W. Bush. Para los celebrantes de la muerte de Bin Laden, y probablemente para muchos otros, no cabe la menor duda que, como afirmó Obama en su discurso del 1 de mayo, “se ha hecho justicia”.

Tal interpretación de la justicia, sin embargo, es inadmisible desde varios puntos de vista. Para empezar, la muerte de Osama no fue en cumplimiento de una sentencia emitida por un tribunal de justicia al final de un proceso judicial: fue un asesinato político en venganza por sus crímenes. El Presidente de los Estados Unidos es abogado y conoce la ley; sabe, por lo tanto, que el requisito mínimo para aplicar la pena capital es que el criminal sea juzgado formalmente por una corte y sentenciado a muerte oficialmente. Así procedieron los países aliados al final de la II Guerra Mundial en relación con veinticuatro criminales de guerra nazis cautivos. Aunque hubieran podido ejecutarlos sin mayor dilación, optaron por enjuiciarlos y demostrar así su respeto por la ley. En su discurso de iniciación del Juicio de Nueremberg, el juez Robert Jackson, fiscal jefe del Tribunal, dijo:

El privilegio de abrir el primer juicio en la historia por crímenes cometidos contra la paz del mundo impone una seria responsabilidad. Los delitos que tratamos de condenar y castigar han sido tan calculados, tan malévolos y tan devastadores que no permiten ser olvidados porque no es posible que se repitan. Que cuatro grandes naciones victoriosas y heridas se abstengan de vengarse y voluntariamente sometan a sus enemigos cautivos al juicio de la ley es uno de los tributos más significativos que el Poder ha rendido a la Razón.


Como resultado del Juicio de Nueremberg, todos los criminales fueron castigados, once de ellos condenados a muerte y tres a prisión perpetua. Es obvio que en el caso de Osama Bin Laden no hubo la menor intención de capturarlo para juzgarlo y hacer justicia: la consigna del Comando Navy Seals era matarlo, y se cumplió. No se hizo justicia, se ejecutó venganza. No triunfó la Razón sino el Poder.

Y el triunfo del Poder sobre la Razón no augura la eliminación del terrorismo en el mundo. Por el contrario, incrementa el odio y la violencia. Prueba de ello son las renovadas amenazas de Al Qaeda, de vengar la muerte de su líder. Osama ha muerto, pero Al Qaeda continúa con su odio exacerbado por el reciente asesinato cometido en nombre de la justicia.

En noviembre de 2001, un grupo de personas, entre ellas varios familiares de víctimas del atentado del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas, realizaron una caminata desde Nueva York a Washington D. C, portando una pancarta que decía: “Nuestro dolor no es un Grito de Guerra”. Al finalizar formaron un grupo denominado “Familias para un Mañana Pacífico” para expresar su convicción de que la seguridad que todos anhelamos no se basa en la violencia y la venganza. Quienes nos confesamos seguidores de Jesús de Nazaret, el Príncipe de Paz, no podemos menos que estar de acuerdo con esa convicción, dispuestos a renunciar a toda forma de violencia y a tomar en serio nuestra vocación de trabajar por la paz mediante la práctica de la justicia.

¡Me rindo!


¡Aquí estoy Señor! ¡Te necesito! Me declaro incapaz de manejar mi vida. ¡Me rindo! Ayudáme a entregarme cada día como sacrificio vivo y agradable (Romanos 12.1).
“y para todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” (Corintios 5:15)

Hoy Señor, solo me entrego a ti.
Toma mi mente y lo que pienso
Toma mis ojos y lo que veo
Toma mis oídos y lo que oigo
Toma mis labios y lo que hablo
Toma mi corazón y ve mis actitudes.
Toma mis manos y lo que hago
Toma mis pies a donde voy
Toma mi cuerpo, es tu templo.
Lléname con tu Espíritu Santo.
Quiero obedecerte. Quiero hacer tu voluntad.” 1

1. Tomado de Nueva Vida En Cristo, Vol. 1

Economía y vida plena: reflexiones en torno al día del trabajador


Por Nicolás Panotto
En el día del trabajador se recuerda un terrible hecho de la historia: los “Mártires de Chicago”, un grupo de obreros que a finales del siglo XIX fue ejecutado debido a su participación en diversas jornadas de protesta, en reclamo por una mejora en sus derechos laborales. Es un acontecimiento donde se conmemora la tragedia resultante de una tensión aún presente en nuestras sociedades: la injusticia que viven millones de personas a razón de la exclusión que crean mecanismos de producción, al igual que ciertas ideologías que fomentan el valor del consumo y la ganancia por sobre la vida y dignidad humanas.

¿Qué significa el trabajo para la sociedad actual? Una buena mayoría puede verlo como aquella tarea irremediable para “llegar a fin de mes” y cubrir los gastos cotidianos. Otros, como el camino para alcanzar distintas metas, sean una posición, un estatus social, la adquisición de ciertos bienes, etc. No nos olvidemos de aquel segmento mayoritario muy presente en nuestras sociedades que ve el trabajo como algo inalcanzable, como aquello lejano que sólo llega a algunos afortunados que están preparados o que poseen los contactos necesarios.
Como decíamos al inicio, el trabajo suele ser visto como un espacio de tensión. La fuerte exigencia del mercado y su performance hace de los trabajadores piezas de una maquinaria que en muchas ocasiones olvida su cuerpo, sus sentimientos, su contexto y, por sobre todo, su humanidad y dignidad. Pasan a ser objetos fácilmente descartables al no responder como se espera, donde el presupuesto prioriza otros intereses “más rentables”. Ni hablar de las relaciones injustas que se producen entre patrones y empleados, cuyas demandas no tienen sentido más que el aprovechamiento de un espacio de poder.
No quiero ser pesimista, pero hoy día injusticia es un sinónimo de trabajo.
Qué visión tan distinta encontramos en los textos bíblicos. Comenzando desde el Génesis, donde el trabajo de la tierra es una bendición directa de Dios (1.29). Hoy diríamos que es un “derecho inalienable” de cada persona contar con lo que necesita para satisfacer sus necesidades mas básicas y para lograr desarrollarse como sujeto. Es un derecho exigido por Dios mismo.
Encontramos también un fuerte juicio contra aquellos que oprimen y promueven prácticas laborales injustas. El inigualable pasaje de Levítico 25, donde se establece el año del Jubileo como práctica para impedir la acumulación de propiedades y promover la justa distribución de la tierra para el uso de todos, sentencia: “No se explotarán los unos a los otros, sino que temerán a su Dios. Yo soy el Señor su Dios” (v.17). Podemos ver que la justicia posee un epicentro teológico: la igualdad se deposita en que todos somos creación divina, y por ello mismo poseemos los mismos derechos frente a lo que Dios nos cedió.
En Deuteronomio 24.14-15 encontramos: “No explotarás al jornalero humilde y pobre, ya sea uno de tus hermanos o un forastero que residen en tu tierra, en tus ciudades. El mismo día le darás su salario, y el sol no se pondrá sobre esta deuda, porque es pobre y de ese salario depende su vida. Así no clamará contra ti a Yahvéh, y no te cargarás con un pecado”. Vemos, entonces, que las relaciones económicas injustas son pecado. De aquí el llamado constante de los profetas a obedecer estos principios y denunciar a aquellos que se aprovechan del derecho del prójimo, especialmente de los más pobres, para beneficio propio (Am 4,1; 6,3-6; 8,4-6; Miq 2,1-5; 3,9-12, entre muchos otros pasajes).
En el Nuevo Testamento, encontramos a un Jesús haciendo un llamado a vivir una vida justa y simple. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?” (Mc. 8,36) Para Jesús, el valor de la vida no pasa por la obtención de bienes materiales sino por amar al prójimo. Por ello nos advierte: “Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6.21) Más aún, podemos ver este principio en sus fuertes palabras contra los ricos, en la misma dirección que lo denunciaban los profetas (Lc 6.24-26; ver también 1 Tm 6.17-19, Stg 5.1-6).
Con este somero vistazo de algunos pasajes bíblicos, vemos que las actividades económicas de las personas son un tema importante para Dios. Más aún, es una capacidad con la que fuimos creados para desarrollarnos como seres humanos integrales y para satisfacer nuestras necesidades más básicas. La falta de trabajo, la pobreza, la injusticia, son contrarios a la voluntad divina. Más aún la explotación y la opresión. Dios cuida de su creación y hace un enfático llamado a la justicia.
Qué bueno sería que como iglesia podamos promover, en contraposición al binomio trabajo-injusticia, la relación fuertemente bíblica entre trabajo y vida plena. Estar del lado del Dios creador significa comprometerse con el bienestar de todos los aspectos de la vida. La iglesia es un importante actor social que puede lograr que ciertas demandas se escuchen con claridad. Por ello, frente a la memoria que nos evoca el día del trabajador, comprometámonos, desde la “memoria bíblica” del Dios preocupado por su creación, a denunciar las injusticias y promover espacios laborales sanos que sirvan a la dignificación de las personas en todos los aspectos de su vida.

Las Prácticas Restaurativas en Jesús de Nazareth

  En los 4 evangelios, encontramos a Jesús restaurando personas y relaciones. Tanto sus acciones como sus enseñanzas nos muestran algunas cl...