Agranda la puerta, Padre

por José Luis Lozano

“Si alguno quiere ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame.” (Lucas 9.23).
“Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de Dios les pertenece”. (Mateo 5.3).

Un filósofo y literato español del siglo pasado, Miguel de Unamuno, de un temperamento ardiente y apasionado, muy combativo y enérgico, padeció dramáticos conflictos interiores y tremendas agonías en su fe precisamente por no querer aceptar con humildad y sencillez la realidad de su condición humana. Y cuando al fin, reconoció su debilidad, bellamente lo expresó con esta oración:

Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños.
Yo he crecido, a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad,
vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar.


Reconocer nuestra debilidad es sin duda uno de los grandes secretos para alcanzar la verdadera vida. El apóstol Pablo lo expresaba de la siguiente manera: “Tres veces le he pedido al Señor que me quite ese sufrimiento, pero el Señor me ha dicho: Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra plenamente en la debilidad. Así que prefiero gloriarme de ser débil, para que repose sobre mi el poder de Cristo” (2 Corintios 12. 8-9).

El dolor nos acerca a Cristo

Muchos de nosotros, podemos dar fe de esta verdad. Diferentes situaciones dolorosas que hemos vivido nos han acercado a la gracia y al amor del Señor.
Paradójicamente, hemos sentido mas cercana la presencia de Dios en medio del dolor. ¿Será que Dios puede habitar mejor nuestra vida cuando estamos mas vulnerables, cansados y débiles?.

Una confesión sincera

Hace unos años atrás, compartí; (ver Hacia una teología que cuide el corazón), como la muerte de mi papa, mis inseguridades afectivas, mi búsqueda de identidad y carrera deportiva, entre otras cuestiones, me llevaron a mantener con Dios una relación “utilitarista y de trueque”. Casi llegué a creer que podía manipular los deseos de Dios y hasta llegar a fundamentarlos por medio de una vida “ejemplar” con objetivos “solidarios”. Expresé también que si bien mantuve con Dios una relación sincera, fue equivocada desde lo metodológico y actitudinal.

Hoy me doy cuenta, que no basta con cambiar lo metodológico y lo actitudinal. Es necesario autoproclamarse incompetentes. Morir a toda posibilidad de realizar buenos y solidarios esfuerzos humanos. Olvidarme de mi mismo y tomar mi cruz cada día siguiendo al Señor de la vida. Ni siquiera las obras solidarias, eclesiales, educativas y/o humanísticas son suficientes. Reconocer nuestra debilidad y vulnerabilidad, como bien señaló Miguel de Unamuno, es condición clave para apreciar la belleza de la vida.

¡Que podamos apreciar y disfrutar la belleza de tu creación!. Enséñanos a morir cada día y danos el coraje para declararnos incompetentes.

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