Sobre la Navidad - encarnación (San Juan Crisóstomo)

(Nuestro agradecimiento a Luis y Graciela Pérez, por facilitarnos este material).

Cuando oigan hablar del nacimiento de Jesús, no piensen que es algo pequeño y sin valor. Al contrario, levanten sus almas; estremézcanse y llénense de esperanza cuando oigan decir que Dios ha venido a la tierra.
Este hecho es tan sorprendente y maravilloso que hasta los mismos ángeles formaron coros e hicieron resonar un himno de gloria. Y los profetas de la antigüedad se admiraron de que Dios pudiese ser visto sobre la tierra y conversara con los hombres.
Y la verdad es que, desde todo punto de vista, no hay nada más maravilloso que un Dios inefable, que no se puede explicar con nuestras palabras humanas, ni terminar de comprender con la lógica de nuestra mente; un Dios que, siendo igual al Padre, el creador de todas las cosas, se haya dignado pasar por el vientre de una mujer, nacer como un bebé, tener una familia y una historia, teniendo como antepasados a David y Abraham. ¿Y por qué digo a David y Abraham? Porque éstas eran personas famosas y respetables. Pero lo más asombroso es que entre sus antepasados se encontraban también mujeres y hombres indignos y de mala reputación.
Por eso cuando oigan que Jesús nació: ¡Levántense! No tengan humildes pensamientos, sino maravíllense de que Él, siendo hijo de Dios, del eterno y todopoderoso Dios, se dignó también ser llamado Hijo del Hombre, para hacernos a nosotros los hombres, Hijos de Dios.
Él, siendo hijo del Dios eterno, se dignó tener un padre humano, para darnos a nosotros, los que éramos verdaderamente esclavos de esta vida humana, al Señor como Padre.
Pensándolo humanamente, es más fácil que Dios se haga un ser humano, como nosotros, que no que el hombre sea llamado hijo de Dios.
Entonces cuando escuches que el Hijo de Dios se metió en la historia, se hizo hombre y se le llamó hijo de David y de Abraham, sus antepasados.
¡No dudes! Porque tú eres humano, también puedes ser llamado hijo de Dios. Él no se humilló sin motivos. Se humilló de esa forma y hasta tal extremo, porque sencillamente quería exaltarnos a nosotros.
Él nació según la carne para que nosotros pudiéramos nacer según el Espíritu. Él nació de una mujer, de un ser humano, para que nosotros dejemos de ser simplemente hijos de mujer. Lo que hizo Cristo es grandioso y maravilloso, enlazó la naturaleza divina con la humana; lo suyo con lo nuestro.
Jesús, en efecto, es un nombre hebreo que significa salvador. Y Jesús es salvador porque vino a salvar a la humanidad.
San Juan Crisóstomo o de Antioquia (347–407) fue patriarca de Constantinopla. Fue un excelso predicador que por sus discursos públicos y por su denuncia de los abusos de las autoridades imperiales y de la vida licenciosa del clero recibió el sobrenombre de “Crisóstomo” que proviene del griego chrysóstomos (χρυσόστομος) y significa ‘boca de oro’ (chrysós, ‘oro’, stomos, ‘boca’) (Fuente: Wikipedia)

Las posesiones y dineros de las iglesias, patrimonio de los pobres

Ignacio Simal, España
El principio de las cuatro partes
Estamos finalizando 2009. Las iglesias e instituciones cristianas ya llevan tiempo trabajando en la tarea de preparar sus presupuestos. Es, pues, un buen momento para hablar de dinero.

Algunos, espero que los menos, pensarán al leer el título de mi columna que ha salido de un teólogo de la liberación o de un pertinaz izquierdista. Nada más lejos de la realidad. Fue Calvino, el reformador de origen francés, que en su deseo de regresar a las fuentes del cristianismo escribió: “Los obispos antiguos han formulado muchos cánones y reglas con los cuales les parecía que exponían las cosas más por extenso de lo que están en la Escritura, sin embargo acomodaron toda su disciplina a la regla de la Palabra de Dios, de tal modo que se puede ver fácilmente que no ordenaron nada contrario a aquella” (IRC, IV, capítulo IV, 1). De ahí que dijera, en concordancia con esos cánones, “que todo cuanto la Iglesia tenía en posesiones, o en dinero, era patrimonio de los pobres” (IRC, IV, IV,6).
Nuestro reformador recupera para nosotros, cristianos del siglo XXI, la forma en que “los antiguos” diseñaban las líneas generales de su presupuesto económico. Reconocían la necesidad de sostener a sus pastores, de mantener sus “templos”, pero sobre todo tenían la convicción de que el centro de todo su presupuesto debía tener unos protagonistas principales: los pobres y los extranjeros.

Escribe Calvino que en la antigüedad se distribuía “la renta de la Iglesia en cuatro partes: la primera para los ministros; la segunda, para los pobres; la tercera, para reparación de las iglesias y cosas similares; y la cuarta para los extranjeros y pobres accidentales”. Cualquier lector, o lectora, adivinará que el 50% de las posesiones y los dineros de la Iglesia iban destinadas íntegramente a los desposeídos y necesitados. ¿Alguien imagina una iglesia que destine el 50% de su presupuesto a combatir la pobreza “ad intra” y “ad extra”..?

Ignacio Simal, España
Y ahí está el meollo de la cuestión. No conozco iglesias, ni instituciones -esas que denominamos, infelizmente, “para-eclesiales”, que destinen la mitad de su presupuesto a proyectos que logren que los pobres y excluidos dejen de serlo.

Tal vez, en el inicio del calendario cristiano (tiempo de adviento), las iglesias, y sus instituciones, deben comenzar a caminar por senderos nuevos, distintos a los acostumbrados. Senderos que hablen, en voz más que alta, de solidaridad y compromiso con la realidad de la pobreza y la exclusión social.

¿Qué sucedería si el 50% de nuestros presupuestos fueran destinados a luchar contra la pobreza..? Posiblemente, y ante la respuesta a esa pregunta, comprobaremos que el patrimonio de los pobres, al contrario de lo que nos sugiere Calvino, son las migajas que caen de la mesa de nuestras iglesias. Ellos son actores secundarios en nuestros presupuestos eclesiales. ¡Lástima!

Las Prácticas Restaurativas en Jesús de Nazareth

  En los 4 evangelios, encontramos a Jesús restaurando personas y relaciones. Tanto sus acciones como sus enseñanzas nos muestran algunas cl...