La compasión suple lo que le falta a la teología

Por C. René Padilla

Lo que hace posible una misión de amor genuino, al estilo de Cristo, es la compasión. Cuando no hay compasión, podemos tener dinero para llevar a cabo programas de acción social y (tal vez) una ideología para motivarnos y darnos sueños de un nuevo mundo, pero entonces nuestra misión no es al estilo de Jesús.

Siempre ha habido cristianos que tienen una teología muy “progresista” pero que no viven de acuerdo con ella. Su teología es muy idealista, pero su vida práctica no refleja lo que ella dice. Sin embargo, también pasa lo contrario: hay cristianos cuya teología deja mucho que desear, pero cuya vida práctica nos sorprende: es una vida motivada por la compasión, una vida de servicio en respuesta a las necesidades del prójimo, de preocupación por los niños, de identificación con los pobres, de voluntad de hacer todo lo posible para cambiar la situación de las personas más vulnerables de la sociedad. Se diría que la compasión suple lo que le falta a la teología.

Una temática constante en la mayoría de las grandes conferencias organizadas por gente evangélica, en las últimas tres décadas, es la responsabilidad de los cristianos frente a las necesidades sociales, políticas y económicas de nuestros pueblos. Lo que hoy día estamos viendo es en gran medida el resultado, no solamente de esos congresos o reuniones, sino de toda una labor teológica y pedagógica, conjugada con el serio agravamiento de la situación, que exige a muchos a tomar conciencia de que no es posible seguir predicando un evangelio desencarnado de la realidad.

Hasta muy recientemente mucha de la evangelización de las iglesias evangélicas era desencarnada. Se orientaba a la salvación del alma pero pasaba por alto las necesidades del cuerpo. Ofrecía la reconciliación por medio de Jesucristo, pero dejaba de lado la reconciliación del hombre con su prójimo, basada en el mismo sacrificio de Jesucristo. Proclamaba la justificación por la fe, pero omitía toda referencia a la justicia social enraizada en el amor de Dios por los pobres.

Frecuentemente este énfasis estaba vinculado a otro, muy grande, en el crecimiento numérico de la Iglesia. A cuenta de incrementar el número de miembros en las filas evangélicas, se caía en la reducción del Evangelio, haciendo de éste un mensaje para el individuo pero no para la sociedad, para la vida privada pero no para la pública. Muchas iglesias no han superado todavía estas distorsiones, y las controversias les impiden participar creativamente en lo que Dios quiere hacer en el mundo para cumplir su propósito redentor. Sin embargo, hoy abundan casos de ministerio integral que muestran un cambio radical que se está dando en el pueblo evangélico latinoamericano en lo que atañe a la manera de encarar su ministerio. Son señales que apuntan a un nuevo día en la historia de la Iglesia evangélica en América Latina. Y lo que hace posible esas señales no es otra cosa que la compasión.

Solidaridad y misión

Por Juan Stam

La Biblia comienza con un mensaje de solidaridad internacional, que puede considerarse el tema central del Génesis. En contraste con el expansionismo explotador de Babel (Gén 11:1-9; Babilonia), Dios llama a Abraham y Sara para ser bendición a todas las familias de la tierra (12:2-3; 22:18). Fiel a esa comisión solidaria, Abraham libera a los reyes aliados de Sodoma y Gomorra (14:1-16) y después intercede por esas ciudades (18:16-33). Por la presencia de Jacob, su suegro Labán es bendecido (Gn 29-21).

Pero el gran clímax de todo el libro de Génesis es el programa de alimentación internacional que organizó José para el gobierno de Egipto (41:37-57; 47:13-26). A pesar de la escasez, la comida no era sólo para egipcios, ni sólo para los hebreos, sino para todos los pueblos vecinos. “La vida nos has dado”, fue la respuesta de los pueblos (47:25). A sus propios hermanos, que le habían vendido a la esclavitud, José dijo, “Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios cambió ese mal en bien para salvar la vida de mucha gente” (Gn 50:20). Hubo hambre en todos los países, pero gracias a la economía planificada que instituyó José, había algo de comida para todos para sostener la vida de muchas personas. Ese es el mensaje del libro de Génesis.

Otro ejemplo bíblico de la solidaridad es Moisés. Creció en el palacio con todos los privilegios de la realeza, y recibió la mejor formación con la que el imperio egipcio preparaba a sus funcionarios del estado. Pero “prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado” (Heb 11:26). De igual forma los profetas hebreos, seguidores fieles de Moisés, se solidarizaron con los pobres y oprimidos de Israel y de otras naciones (Amós 1:3-2:16).

El mayor ejemplo bíblico de solidaridad es nuestro Señor Jesucristo,”quien, siendo por naturaleza Dios…se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo” y asumió todo lo que significa nuestra condición humana (Fil 2:6-7). Fue hecho carne y habitó entre nosotros, como uno más de los seres humanos (Jn 1:14), y no se avergonzó de llamarnos sus hermanos y hermanas (Heb 2:11). Siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos a nosotros (2 Cor 8:9), y precisamente por eso, Pablo insistió en que los corintios debían solidarizarse con los pobres de Jerusalén (2 Cor 9:8-9). Y como expresión máxima de su identificación con nosotros, en la cruz Jesucristo hizo suyos nuestra muerte y nuestro pecado.

El resultado de esta solidaridad de Cristo es un pueblo que vive en una solidaridad profunda y constante; compartimos una vida común y comunitaria por la presencia del mismo Espíritu en cada miembro del cuerpo. Hemos sido co-crucificados con Cristo, co-resucitados con Cristo, y como cuerpo con-vivimos en Cristo y unos con otros. “De modo que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él; y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan” (1 Cor 12:26).

Nuestro Dios es un Dios de amor y solidaridad. Nuestro Señor y Salvador nos da un ejemplo de solidaridad hasta las últimas consecuencias. Toda la Biblia nos exhorta a ser solidarios unos con otros y especialmente con los más necesitados de este mundo.

¿Para qué sirven los partidos políticos protestantes?

por Juan Stam

Martín Lutero dijo una vez que preferiría ser gobernado por un turco competente que por un cristiano incompetente. Hoy podríamos decir que para gobernar, mejor un ateo honesto que un protestante corrupto (los hay), mediocre o confundido (también los hay, y muchos). Ser "cristiano" y ser estadista y buen gobernante no siempre coinciden.

¿Qué significa ser "un diputado cristiano"? No basta con sólo ser miembro de una iglesia protestante, o hasta pastor. Un verdadero cristiano es un discípulo, un seguidor de Jesucristo hasta las últimas consecuencias. Ser realmente cristiano en el terreno político significa luchar a favor de la visión bíblica de justicia, igualdad, amor y vida digna para todos. Significa luchar contra el prejuicio, la corrupción y la violencia, en todas sus formas. ¿Habrá uno solo de nuestros políticos "evangélicos" que esté comprometido con ese proyecto cristiano? Por eso prefiero hablar de "partidos protestantes" en vez de cristianos o evangélicos. Por sus frutos los conoceréis, dijo Jesús, y no por su retórica ni su afiliación eclesiástica. En su comportamiento político estos partidos están muy lejos de poder llamarse cristianos o evangélicos.

He conocido diferentes partidos protestantes de Centroamérica, y ninguno ha tenido una teología bíblica y cristiana de la tarea política. Parecen ignorar el significado político de la teología de la creación, el mensaje bíblico del Año de Jubileo, y la ética social de los profetas hebreos, de Juan el Bautista y de Jesús. Aun entre los que se llaman "pentecostales", pocos toman en serio el modelo pentecostal de vida comunitaria, donde tenían todas las cosas en común y "nadie decía ser suyo propio nada de lo que tenía". El mensaje político de la Biblia es sumamente profundo y radical, pero en cuanto a estos partidos, no tiene nada que ver. Por eso, tampoco ofrecen algún programa integral o alguna alternativa al oficialismo del momento, porque no son suficientemente cristianos, evangélicos y bíblicos. Su fracaso peor es su fracaso teológico.

Algo muy peculiar de estos partidos es que ignoran por completo la clásica doctrina evangélica de separación de iglesia y estado. Su error es doble: malentienden la relación entre fe y política y malentienden también la relación entre la iglesia y el estado. En Costa Rica, esto nos ha llevado a la increíble anomalía de un partido protestante que defiende a capa y espada el estado confesional católico de la nación. Esas son contradicciones del tamaño de cualquier megaiglesia.

En realidad, la agenda de estos partidos es muy limitada. En primer lugar está defender los intereses de sus iglesias, por lo que tienden a ser muy sumisos a las autoridades nacionales en el poder. En segundo lugar están ciertos temas sexuales, sobre todo aborto y homosexualidad, manejados muy superficialmente y con un fanatismo que ayuda a consolidar su bloque electoral protestante. El primer objetivo es una especie de egoísmo colectivo que no justifica su presencia en el gobierno, y para el segundo objetivo hay otros que promueven vigorosamente esas causas sin necesidad de partidos y diputados protestantes.

En realidad estos no son partidos cristianos ni evangélicos, sino partidos sectaristas. Sus diputados quedan electos porque hay una población protestante suficientemente grande para votar monolíticamente por ellos. Pero si un cristiano o una cristiana tiene una visión para el país y quiere servir a la patria, debe lanzarse de candidato en uno de los partidos nacionales y competir electoralmente con los demás aspirantes. Con los diputados protestantes que hemos tenido, lo más seguro es que ni llegan a postularse, mucho menos quedarían electos. Y qué bueno sería que tuviéramos auténticos cristianas y cristianas, competentes y bien informados, presentes como levadura y semilla en los clásicos partidos del país.

Es claro que nuestros países necesitan urgentemente una voz profética y un aporte cristiano a la política. Pero no lo van a recibir de estos partidos sectarios seudo-evangélicos. Estos partidos son un anti-testimonio.
En resumir, para responder a nuestra pregunta:
¿Para qué sirven los partidos políticos protestantes?
La respuesta es fácil. Sirven para elegir diputados protestantes.
¿Y para qué sirven esos diputados protestantes?
¡Qué pregunta más difícil!

Unión civil de personas del mismo sexo

Con la media sanción de los diputados argentinos en torno a la aprobación o rechazo del proyecto de ley que regularía la unión civil de personas del mismo sexo, algunas iglesias evangélicas del país, deberán tomar posiciones fundamentadas y coherentes. Patagonia Protestante, quiere publicar el artículo del abogado Gustavo Roman y Juan Stam, en oportunidad de considerarse en el 2008, el mismo asunto en Costa Rica.

De cara a la coyuntura que se está fraguando en torno a la aprobación o rechazo del proyecto de ley que regularía la unión civil de personas del mismo sexo, las iglesias evangélicas costarricenses, más allá de ridiculeces como la marcha del 26 de julio pasado, deberán tomar posiciones fundamentadas y coherentes. El tema es complicado. Manejarlo a lo interno de cada iglesia requerirá mucha sabiduría y sensibilidad pastoral. Se juega, en ello, la idea de identidad evangélica que tengan la mayoría de los miembros de nuestras iglesias y, por otro lado, las fibras más hondas y sensibles de personas concretas que tengan esa orientación sexual dentro de nuestras comunidades de fe. Ojalá pastores y líderes de movimientos protestantes actúen con la responsabilidad, serenidad, prudencia y, sobre todo, amor y respeto, que la situación demanda.

Creo que hay dos alternativas básicas de cara al homosexualismo: valorarlo negativamente o positivamente. La primera alternativa, valorarlo negativamente, puede ser sostenida con respeto. Significa creer que se trata de un pecado o disfunción psicológica que debe ser sanado en la persona homosexual. Pero también, y es lo más frecuente, esta posición puede ser defendida con crueldad y arrogancia. Significa ver el homosexualismo como una perversión o fruto de un espíritu maligno en la persona. Esta valoración negativa es, ciertamente y por varias razones, la más difundida en nuestras iglesias. Pienso que es profundamente anti-evangélica.

La otra alternativa es considerar la homosexualidad como un gusto sexual más. Ni fruto de demonios, ni de corrupción moral, ni de madres dominantes, ni de abusos en la infancia. Es decir, desde esta óptica, el homosexualismo ni se criminaliza, ni se patologiza. ¿De dónde viene entonces? De la propia naturaleza, en la que la diversidad es constitutiva. Esta alternativa es minoritaria en las iglesias evangélicas, aunque, dentro de las teologías cristianas, son protestantes quienes lideran este enfoque del homosexualismo.

Nuestras iglesias son libres de valorar negativa o positivamente el homosexualismo. ¡Dios nos ilumine! En lo que sí quiero ser tajante, como cristiano, protestante y demócrata, es en punto a los derechos individuales implicados en este asunto.

Independientemente de que un cristiano piense que el homosexualismo es pecado o no, eso no debería ser considerado de cara al proyecto de ley en discusión. ¿Por qué? Por una sencilla razón: con esa ley no se está discutiendo si el homosexualismo es bueno o malo. La ley sólo viene a regular una realidad social del tamaño del sol. Los homosexuales existen y crean relaciones de pareja. Deciden sobre sus vidas como adultos libres, ciudadanos de una democracia liberal en la que las acciones privadas no deben tener otro límite que el de no dañar derechos de terceros. Lo que ocurre, la realidad, es que estas personas establecen relaciones que el Estado debe tutelar. Ese es el deber del Estado en punto a la configuración del ordenamiento jurídico: prohibir/reprimir lo que viole derechos de terceros y reconocer/regular lo que no lo hace.

Seguro que los evangélicos consideramos negativo divorciarse mil veces y, sin embargo, está permitido. Repito, el derecho no está llamado a bendecir las uniones homosexuales y declarar que son buenas o deseables, sólo debe reconocer su existencia y regularlas como es propio de un Estado de derecho.

Me parece válido que en las iglesias se enseñe, como parte de la ética sexual tradicional, que el homosexualismo es pecado. Es un ejercicio de libertad de expresión, pensamiento y culto. Si esta ley se aprueba, no tendrá ningún efecto sobre el púlpito. Pero como cristianos debemos rechazar el impulso pecaminoso de dominación que se manifiesta en las ínfulas de imponer a los demás nuestra forma de pensar y creer.

Como pueblo evangélico en Costa Rica siempre fuimos minoría. Supimos lo que fue ser legalmente discriminados; los abuelos de nuestras iglesias son testigos de cómo la mayoría católica nos restringía nuestras libertades públicas. Nuestra única herramienta, al igual que la de Jesús, era la persuasión. Ir de casa en casa compartiendo nuestra fe. ¡Somos protestantes! Herederos del gran principio emancipador de la conciencia humana: el libre examen. Quien reclama libertad para la propia conciencia NO puede pedir cadenas para la conciencia ajena. ¡Qué triste que ahora, que ya estamos bien casados con el poder, recurramos a los mecanismos coercitivos para oprimir a otra minoría!

Jesús llamó a la gente a seguirle, nunca obligó a nadie. Apelaba a la libre voluntad. Los cristianos siempre deberíamos oponernos a que se pretenda legislar moralidad (o, como en este caso, omitir legislar con base en razones morales), por que la que se legislará siempre será una moralidad, la de la mayoría, la misma que hace todavía tres décadas se oponía a que abriéramos templos o a que nuestros hijos fueran eximidos de llevar religión (entiéndase su religión) en la escuela.

En materia de moral y de fe, cada quien debe ser libre para decidir. No veo otra posición que sea consecuente con el Evangelio. Ir contra el proyecto de ley sobre la unión civil de personas del mismo sexo es, esencialmente, decir que un adulto costarricense sólo es libre para decidir sobre su vida en tanto y en cuanto suscriba los preceptos de la moralidad mayoritaria. Es negarle a personas independientes, que no se interesan (como maliciosamente se ha sugerido), en modificar la manera de pensar ni la moralidad de nadie, el derecho de amparar bajo el imperio de la ley del Estado del cual son ciudadanos y al cual sostienen con sus impuestos, sus relaciones afectivas libremente escogidas.

Esas regulaciones son necesarias: para pedir un préstamo de vivienda, para la visita en el hospital o en la cárcel, para poder heredar o para tener medios institucionales de resolver, patrimonialmente, la disolución del vínculo. ¿De poder hacerlo, habría negado Jesús esas cosas a quien no quisiera seguirlo (si es que ser homosexual supone tal cosa)? ¿Estamos seguros de estar nosotros siguiendo a Jesús con nuestra actitud?

Las Prácticas Restaurativas en Jesús de Nazareth

  En los 4 evangelios, encontramos a Jesús restaurando personas y relaciones. Tanto sus acciones como sus enseñanzas nos muestran algunas cl...