Acaban de llegar los dos de Emaús contando “lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan”. En la comunidad hablamos de estas cosas, ¿pero no sé si tenemos claro qué significa creer en la resurrección, o “tenemos miedo a la sorpresa” y a la “presencia de Jesús en medio de nosotros”? Y es que hemos hecho de la resurrección un hecho increíble que le sucedió a Él. Pero como nos recuerda la Palabra, creer en la resurrección significa creer en nuestra propia resurrección, en nuestro cambio de vida, en la conversión como nos dice San Pedro, no vaya a ser que nosotros tampoco “comprendamos las Escrituras”.
Ya lo decíamos al hablar del Reino, cada uno de nosotros debe elegir entre la vida o la muerte, la luz o las tinieblas, el amor o el egoísmo, la verdad o la mentira, la justicia o la injusticia. Por lo tanto creer en este muerto que ha resucitado, es saber que necesitamos no “matar al autor de la vida”, no matar la sonrisa, la ternura, la alegría, las relaciones sociales. Extasiarnos ante una puesta de sol en la playa, en la cumbre de una montaña, mirar las flores en primavera, besar a los niños y a los seres queridos, escuchar música, leer poesía… En Pascua no matemos la vida. Resucitar es vivir hoy un nuevo modo de afrontar la pareja, la familia, la política, las relaciones comunitarias, el trabajo y no esperar a resucitar en el último día.
Jesús resucitado no es un fantasma. Es comprensible el miedo de los discípulos, como es comprensible nuestro miedo a creer que Jesús ha resucitado y con Él nosotros. Frente a ese miedo sólo queda la confianza en que Dios puede hacerlo todo nuevo. Nosotros seguimos creyendo en la vida donde otros juegan a la muerte y desde ahí vivimos nuestra situación familiar, laboral, la marcha del país y de la Iglesia. Hemos comprendido que debemos cambiar un enfoque pesimista, cerrado, burgués, rutinario, por otro de renovación, de lucha, de esfuerzo, de dinamismo, de esperanza.
“Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: ¿Tenéis ahí algo que comer?”. Están y estamos llenos de dudas en nuestro interior, no es algo nuevo, ellos y nosotros en nuestro proceso acumulamos dudas sobre lo que aquel hombre hacía y decía, sobre sus compañías, sus bienaventuranzas, el tocar a los leprosos, hacer cosas prohibidas. Para mostrarnos que Dios le había dado la razón se puso a comer con nosotros “un trozo de pez asado” y como los que acababan de llegar de Emaús se nos “abrió el entendimiento”. Es el gesto definitivo, es tiempo de comer juntos y sobre todo con los que no tienen pan, es tiempo de construir el Reino.
Como diría Eduardo Galeano, pensador y poeta fallecido esta semana: “Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo” y, “La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.
Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzare. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar”. Nos toca ser y hacer signos pequeños de resurrección, al partir y compartir el pan, al poner la vida y la alegría por encima del miedo y la muerte, al predicar la utopía del Reino (Resurrección).Como dice el texto: “En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto”. En nuestras comunidades debemos de hablar de estas cosas, poner en común nuestras dudas y algunas certezas, el camino de la Pascua nos marca el horizonte de la Vida.
Julio César Rioja
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