por Harold Segura
Carta abierta a René Padilla, Samuel Escobar, Juan Stam, Valdir Steuernagel, Tito Paredes y Pedro Arana. Fraternidad Teológica Latinoamericana.
Queridos René, Samuel, Juan, Valdir, Tito y Pedro.
Estoy preocupado. A lo mejor ya conocen mis motivos. Sí, es por mis hermanos y hermanas de las iglesias evangélicas en América Latina. ¿Ya supieron lo que pasó en Colombia? La mayoría votó en contra del plebiscito del pasado 2 de octubre porque, según ellos, de esa manera defenderían a la familia tradicional, detendrían las huestes ateas del comunismo castro-chavista e impedirían la impunidad en los acuerdos entre el gobierno y las FARC-EP. Así es, mis amigos. A las iglesias les importó más la defensa del modelo de familia y otros temas atenientes a su presencia pública y política que la salida negociada a un conflicto que nos ha costado 8 millones 100 mil víctimas, 225 mil homicidios, 87 desaparecidos y más de 7 millones de desplazados. Lo hicieron con corazón sincero. Ustedes y yo somos pastores y conocemos lo que motiva a nuestra gente más sencilla. No juzgo su sencillez espiritual, sino su inocencia política. Pero lo de Colombia es solo un caso; quizá el más visible por estos días, pero no el único donde las iglesias demuestran, en mi concepto, una triste “minoría de edad política”, exiguo pensamiento crítico social y endeble formación teológica. Ustedes y yo hemos transitado los caminos de la educación teológica en nuestro continente, algunas veces como directivos y muchas como docentes. Yo, por más de 25 años y ustedes por más de 40 (también en esto me llevan ventaja).
Pero sigamos. Les decía que no solo en Colombia observo esto; también en Brasil con la reciente experiencia política ante el impeachment a Dilma Rousseff. Ya sabemos acerca del papel que jugó Eduardo Cunha, el poderoso político evangélico, miembro de la iglesia Asambleas de Dios, en el juicio político hacia la expresidenta. Y ni para qué mencionarles lo que ustedes ya saben sobre Panamá donde iglesias de nuestra fe evangélica marcharon junto a cientos de católicos para manifestarse en contra del proyecto de ley No 61 y unas guías de educación sexual promovidas por el Ministerio de Educación. La citada Ley buscaba adoptar políticas públicas de educación sexual integral, atención y promoción de la salud. Y tiempo faltaría para conversar sobre Honduras, Chile, Guatemala, Perú, Costa Rica y otros países donde los evangélicos hemos tenido notable presencia pública e influencia electoral. Un articulista de la prestigiosa Revista Semana afirmaba la edición pasada: “¿Cómo han logrado concentrar tanto poder los evangélicos? Lo primero que se advierte es que hace mucho dejaron de ser un grupo marginal, y que no se trata de un fenómeno exclusivamente colombiano. Esas Iglesias proliferan por todo el mundo, con particular énfasis en América Latina”.
Hemos crecido en los números como jamás pensamos, ascendido en la escala social hasta donde nunca soñamos… y se nos reconoce socialmente por lo que nunca quisimos: mentalidad conservadora y pensamiento político reaccionario. Esto, por fortuna, no sucede en todo el espectro evangélico porque, como sabemos, en América Latina somos un colectivo numeroso, diverso en su composición y plural en sus maneras de creer y de actuar —por gracia de Dios—. Tras el éxito numérico y publicitario, los púlpitos encienden el fuego de los atrevimientos: pastores y pastoras que desechan las reglas básicas de la interpretación bíblica (algunos las estudiaron en sus seminarios e institutos bíblicos) y, en su lugar, usan la hermenéutica basada en ocurrencias: púlpitos amenazantes, sermones manipuladores y predicadores con elocuentes intenciones políticas.
Pero mis queridos René, Samuel, Juan, Valdir, Tito y Pedro, en el fondo de mis inquietudes está la pregunta por el quehacer de la Misión Integral, ese enfoque misionológico que ustedes iniciaron y yo abracé en mis primeros años de seminarista (década del 80). Juntos hemos publicado libros, ofrecido conferencias, peregrinado por el continente enseñando, animando y anunciando que, como lo afirmó René hace 30 años: “La misión de la iglesia es una extensión de la misión de Jesús. Es la manifestación, aunque no completa, del Reino de Dios tanto por medio de la proclamación como por medio de la acción y el servicio social… Las buenas obras, por lo tanto no son un mero apéndice a la misión, sino una parte integral de la manifestación presente del Reino que ya ha venido y al Reino que ha de venir” (C. René Padilla, Misión integral. Ensayos sobre el Reino y la iglesia, Nueva Creación, 1986, pp. 186-187).
Hemos enseñado hasta la saciedad que la Misión va más allá de la acción evangelizadora tradicional y que incluye todas las necesidades humanas; que comprende todo el Evangelio, para todo el ser humano, en todas las dimensiones de su vida personal, interpersonal, social y cósmica. Pero por estos días me asaltó una duda. He pensado que la mayoría de las iglesias entendieron mal y creyeron que hacer misión integral era organizar proyectos de asistencia social. Por eso, la carta de presentación de quienes se identifican con nuestra propuesta misionológica son sus proyectos escolares, odontológicos, agrícolas, médicos, deportivos, recreativos y otros. Al parecer, la función administrativa y gerencial de la misión integral le ganó la partida a la tarea reflexiva y teológica de la misma. Hay riqueza metodológica, pero pobreza teológica; abundancia de obra social, pero escases de propuestas sociales de trasformación. Son fácil presa de los politiqueros de turno que acechan sobre los rebaños evangélicos para esquilar las atractivas ovejas de lanudos votos. ¡Si conocieran ustedes el entusiasmo de la derecha política colombiana con los pastores de algunas megaiglesias!
Hoy revisé algunos de sus viejos libros y encontré con sorpresa una reseña crítica escrita por Samuel en 1999. Aunque la escribió en referencia al pentecostalismo de aquellos años, se aplica muy bien para los pentecostales, neo-pentecostales, “medio-pentecostales” y no pentecostales de hoy: “…un análisis de las actividades de los políticos pentecostales de la actualidad demuestra que éstos parecen estar poniéndose al servicio del peor tipo de conservadurismo político” Y Samuel, a renglón seguido, citaba un texto del sociólogo brasileño Paul Freston: “El protestantismo conservador está implementando una nueva estrategia de presencia e influencia en la sociedad, buscando la visibilidad. Para la derecha, trae un fenomenal aporte de recursos culturales y retóricos (los ‘valores cristianos’), y envidiables recursos humanos y organizaciones de base” (Samuel Escobar, Tiempo de misión. América Latina y la misión hoy, Ediciones Clara-Semilla, 1999, pp. 137-138).
Samuel, las intuiciones de Freston resultaron ciertas; tus dudas sobre la formación ética de los evangélicos, también. El panorama resultó más sombrío. Juan, por su parte es, en mi opinión, quien más tiempo ha dedicado en los últimos años a analizar y discutir los efectos funestos de la derecha evangélica. Él tuvo mucho interés en el caso de Honduras (2009) y ha continuado analizando otros casos; también ha sugerido una tipología evangélica que ayude a comprender los nuevos fenómenos de la política cristiana: derecha fundamentalista, evangélicos conservadores, izquierda evangélica, izquierda liberal, derecha liberal y otras.
Regreso a mi inquietud principal. René, Samuel, Juan, Valdir, Tito y Pedro, ¿qué pasó con nuestra misión integral? ¿En qué momento y por cuáles vericuetos de la historia se colaron quienes adoptaron la obra social evangélica y la unieron en pacífica convivencia con el conservadurismo político y teológico? ¿A qué creen que se debe que nuestras “sesudas” reflexiones teológicas no fueran más allá de los pequeñísimos círculos de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (hoy cada vez más escasos)? ¿Qué pasó con nuestros libros? ¿Por qué nuestras editoriales nunca lograron traspasar los círculos de lectores y lectoras especializados? Las multitudes evangélicas escogieron su camino. Al parecer las católicas ya lo habían escogido antes y hoy, por esos mismos laberintos incomprensibles de la historia, se encuentran en las marchas pública y celebran juntos (¡ecumenismo de derecha; esto tampoco nos lo imaginamos!).
¿Comprenden ahora las razones de mi preocupación? Hoy tengo dolor de iglesia y se los quería contar.
Estoy preocupado. A lo mejor ya conocen mis motivos. Sí, es por mis hermanos y hermanas de las iglesias evangélicas en América Latina. ¿Ya supieron lo que pasó en Colombia? La mayoría votó en contra del plebiscito del pasado 2 de octubre porque, según ellos, de esa manera defenderían a la familia tradicional, detendrían las huestes ateas del comunismo castro-chavista e impedirían la impunidad en los acuerdos entre el gobierno y las FARC-EP. Así es, mis amigos. A las iglesias les importó más la defensa del modelo de familia y otros temas atenientes a su presencia pública y política que la salida negociada a un conflicto que nos ha costado 8 millones 100 mil víctimas, 225 mil homicidios, 87 desaparecidos y más de 7 millones de desplazados. Lo hicieron con corazón sincero. Ustedes y yo somos pastores y conocemos lo que motiva a nuestra gente más sencilla. No juzgo su sencillez espiritual, sino su inocencia política. Pero lo de Colombia es solo un caso; quizá el más visible por estos días, pero no el único donde las iglesias demuestran, en mi concepto, una triste “minoría de edad política”, exiguo pensamiento crítico social y endeble formación teológica. Ustedes y yo hemos transitado los caminos de la educación teológica en nuestro continente, algunas veces como directivos y muchas como docentes. Yo, por más de 25 años y ustedes por más de 40 (también en esto me llevan ventaja).
Pero sigamos. Les decía que no solo en Colombia observo esto; también en Brasil con la reciente experiencia política ante el impeachment a Dilma Rousseff. Ya sabemos acerca del papel que jugó Eduardo Cunha, el poderoso político evangélico, miembro de la iglesia Asambleas de Dios, en el juicio político hacia la expresidenta. Y ni para qué mencionarles lo que ustedes ya saben sobre Panamá donde iglesias de nuestra fe evangélica marcharon junto a cientos de católicos para manifestarse en contra del proyecto de ley No 61 y unas guías de educación sexual promovidas por el Ministerio de Educación. La citada Ley buscaba adoptar políticas públicas de educación sexual integral, atención y promoción de la salud. Y tiempo faltaría para conversar sobre Honduras, Chile, Guatemala, Perú, Costa Rica y otros países donde los evangélicos hemos tenido notable presencia pública e influencia electoral. Un articulista de la prestigiosa Revista Semana afirmaba la edición pasada: “¿Cómo han logrado concentrar tanto poder los evangélicos? Lo primero que se advierte es que hace mucho dejaron de ser un grupo marginal, y que no se trata de un fenómeno exclusivamente colombiano. Esas Iglesias proliferan por todo el mundo, con particular énfasis en América Latina”.
Hemos crecido en los números como jamás pensamos, ascendido en la escala social hasta donde nunca soñamos… y se nos reconoce socialmente por lo que nunca quisimos: mentalidad conservadora y pensamiento político reaccionario. Esto, por fortuna, no sucede en todo el espectro evangélico porque, como sabemos, en América Latina somos un colectivo numeroso, diverso en su composición y plural en sus maneras de creer y de actuar —por gracia de Dios—. Tras el éxito numérico y publicitario, los púlpitos encienden el fuego de los atrevimientos: pastores y pastoras que desechan las reglas básicas de la interpretación bíblica (algunos las estudiaron en sus seminarios e institutos bíblicos) y, en su lugar, usan la hermenéutica basada en ocurrencias: púlpitos amenazantes, sermones manipuladores y predicadores con elocuentes intenciones políticas.
Pero mis queridos René, Samuel, Juan, Valdir, Tito y Pedro, en el fondo de mis inquietudes está la pregunta por el quehacer de la Misión Integral, ese enfoque misionológico que ustedes iniciaron y yo abracé en mis primeros años de seminarista (década del 80). Juntos hemos publicado libros, ofrecido conferencias, peregrinado por el continente enseñando, animando y anunciando que, como lo afirmó René hace 30 años: “La misión de la iglesia es una extensión de la misión de Jesús. Es la manifestación, aunque no completa, del Reino de Dios tanto por medio de la proclamación como por medio de la acción y el servicio social… Las buenas obras, por lo tanto no son un mero apéndice a la misión, sino una parte integral de la manifestación presente del Reino que ya ha venido y al Reino que ha de venir” (C. René Padilla, Misión integral. Ensayos sobre el Reino y la iglesia, Nueva Creación, 1986, pp. 186-187).
Hemos enseñado hasta la saciedad que la Misión va más allá de la acción evangelizadora tradicional y que incluye todas las necesidades humanas; que comprende todo el Evangelio, para todo el ser humano, en todas las dimensiones de su vida personal, interpersonal, social y cósmica. Pero por estos días me asaltó una duda. He pensado que la mayoría de las iglesias entendieron mal y creyeron que hacer misión integral era organizar proyectos de asistencia social. Por eso, la carta de presentación de quienes se identifican con nuestra propuesta misionológica son sus proyectos escolares, odontológicos, agrícolas, médicos, deportivos, recreativos y otros. Al parecer, la función administrativa y gerencial de la misión integral le ganó la partida a la tarea reflexiva y teológica de la misma. Hay riqueza metodológica, pero pobreza teológica; abundancia de obra social, pero escases de propuestas sociales de trasformación. Son fácil presa de los politiqueros de turno que acechan sobre los rebaños evangélicos para esquilar las atractivas ovejas de lanudos votos. ¡Si conocieran ustedes el entusiasmo de la derecha política colombiana con los pastores de algunas megaiglesias!
Hoy revisé algunos de sus viejos libros y encontré con sorpresa una reseña crítica escrita por Samuel en 1999. Aunque la escribió en referencia al pentecostalismo de aquellos años, se aplica muy bien para los pentecostales, neo-pentecostales, “medio-pentecostales” y no pentecostales de hoy: “…un análisis de las actividades de los políticos pentecostales de la actualidad demuestra que éstos parecen estar poniéndose al servicio del peor tipo de conservadurismo político” Y Samuel, a renglón seguido, citaba un texto del sociólogo brasileño Paul Freston: “El protestantismo conservador está implementando una nueva estrategia de presencia e influencia en la sociedad, buscando la visibilidad. Para la derecha, trae un fenomenal aporte de recursos culturales y retóricos (los ‘valores cristianos’), y envidiables recursos humanos y organizaciones de base” (Samuel Escobar, Tiempo de misión. América Latina y la misión hoy, Ediciones Clara-Semilla, 1999, pp. 137-138).
Samuel, las intuiciones de Freston resultaron ciertas; tus dudas sobre la formación ética de los evangélicos, también. El panorama resultó más sombrío. Juan, por su parte es, en mi opinión, quien más tiempo ha dedicado en los últimos años a analizar y discutir los efectos funestos de la derecha evangélica. Él tuvo mucho interés en el caso de Honduras (2009) y ha continuado analizando otros casos; también ha sugerido una tipología evangélica que ayude a comprender los nuevos fenómenos de la política cristiana: derecha fundamentalista, evangélicos conservadores, izquierda evangélica, izquierda liberal, derecha liberal y otras.
Regreso a mi inquietud principal. René, Samuel, Juan, Valdir, Tito y Pedro, ¿qué pasó con nuestra misión integral? ¿En qué momento y por cuáles vericuetos de la historia se colaron quienes adoptaron la obra social evangélica y la unieron en pacífica convivencia con el conservadurismo político y teológico? ¿A qué creen que se debe que nuestras “sesudas” reflexiones teológicas no fueran más allá de los pequeñísimos círculos de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (hoy cada vez más escasos)? ¿Qué pasó con nuestros libros? ¿Por qué nuestras editoriales nunca lograron traspasar los círculos de lectores y lectoras especializados? Las multitudes evangélicas escogieron su camino. Al parecer las católicas ya lo habían escogido antes y hoy, por esos mismos laberintos incomprensibles de la historia, se encuentran en las marchas pública y celebran juntos (¡ecumenismo de derecha; esto tampoco nos lo imaginamos!).
¿Comprenden ahora las razones de mi preocupación? Hoy tengo dolor de iglesia y se los quería contar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario